Página 635 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Ideas erróneas acerca de la confesión
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produciendo fruto digno de arrepentimiento. Si alguien alberga sen-
timientos de amargura, ira o malicia hacia algún hermano, que se
dirija a él personalmente, confiese su pecado y procure el perdón.
De la forma como Cristo trata a los que yerran, podemos apren-
der lecciones valiosas, que se pueden aplicar por igual a esta obra de
confesión. Nos pide que busquemos solos al que ha caído en la ten-
tación y que luchemos con él. Si no es posible ayudarle por causa de
las tinieblas que hay en su mente y su separación de Dios, debemos
intentarlo de nuevo con dos o tres personas más. Únicamente si el
mal no se corrige debemos comunicarlo a la iglesia. Es mejor tratar
de arreglar los males y sanar las heridas sin necesidad de presentar
el asunto ante toda la iglesia. La iglesia no debe ser un recipiente
donde se depositan todas las quejas y se confiesan todos los pecados.
Reconozco que por otro lado, existe el peligro de caer en la ten-
tación de encubrir el pecado y contemporizar con él, desempeñando
el papel de hipócritas. Aseguraos de que la confesión abarque com-
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pletamente la influencia del mal cometido para que ningún deber
para con Dios, el prójimo o la iglesia quede sin cumplirse para poder
asiros de Cristo con confianza y poder esperar su bendición. Sin em-
bargo, la cuestión de cómo y a quién deben confesarse los pecados
exige un estudio cuidadoso basado en la oración. Hemos de consi-
derarla desde todo punto de vista, pesándola ante Dios y buscando
el esclarecimiento divino. Debemos preguntarnos si la confesión
pública de los pecados de los cuales somos culpables obrará para
bien, o para mal. ¿Anunciará las virtudes de Aquel que nos llamó
de las tinieblas a su luz admirable? ¿Ayudará a purificar las mentes
del pueblo la relación abierta de los engaños cometidos al negar la
verdad, o tendrá después una influencia contaminadora sobre las
mentes, y destruirá la confianza que otros tienen en nosotros?
Los hombres no poseen la sabiduría de Dios ni el constante
esclarecimiento que proviene de la Fuente de todo poder, el cual
haría que fuera seguro para ellos seguir sus propios impulsos e
impresiones. He visto por experiencia que cuando han obrado de
ese modo, se ha producido la destrucción no sólo de los que han
obrado conforme a sus propios impulsos, sino de muchos otros que
cayeron bajo su influencia. La extravagancia más desordenada fue
el resultado, y la incredulidad y el escepticismo aumentaron a la par