Página 645 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Naturaleza e influencia de los testimonios
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día ocupar, atrayendo sobre mí el desagrado de Dios y perdiendo mi
propia alma. Tenía ante mí varios casos como los que he descrito, y
mi corazón rehuía esta penosa prueba.
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“Rogué entonces que si debía ir y relatar lo que el Señor me
había mostrado, fuese preservada del ensalzamiento indebido. Dijo
el ángel: ‘Tus oraciones han sido oídas, y serán contestadas. Si
ese mal que temes te amenaza, la mano de Dios se extenderá para
salvarte; por la aflicción te atraerá a sí, y conservará tu humildad.
Comunica el mensaje fielmente. Persevera hasta el fin y comerás del
fruto del árbol de la vida y beberás del agua de la vida’”.
En ese tiempo había fanatismo entre algunos de los que habían
creído el primer mensaje. Albergaban graves errores de doctrina y
práctica, y algunos estaban dispuestos a condenar a todos los que no
aceptasen sus opiniones. Dios me reveló esos errores en visión, y me
mandó a sus hijos que erraban para declarárselos; pero al cumplir
este deber encontré acerba oposición y oprobio.
“Era una gran cruz para mí relatar a los que erraban lo que me
había sido mostrado acerca de ellos. Me causaba gran angustia ver
a otros afligidos o agraviados. Y cuando estaba obligada a declarar
los mensajes, con frecuencia los suavizaba, y los hacía aparecer tan
favorables para la persona como podía, y luego me apartaba a solas
y lloraba en agonía de espíritu. Miraba a aquellos que tenían tan
sólo su propia alma que cuidar, y pensaba que si me hallase en su
condición, no murmuraría. Era difícil relatar los claros y penetrantes
testimonios que Dios me daba. Yo miraba ansiosamente el resultado,
y si las personas reprendidas se levantaban contra el reproche y más
tarde se oponían a la verdad, acudían estas preguntas a mi mente:
¿Di el mensaje como debía darlo? ¿No habría habido alguna manera
de salvarlos? Y entonces oprimía mi alma tanta angustia que con
frecuencia me parecía que la muerte sería una mensajera bienvenida,
y la tumba un suave lugar de descanso.
“No comprendía el peligro y el pecado de una conducta tal, hasta
que en visión fui llevada a la presencia de Jesús. Me miraba con
desagrado, y apartó su rostro de mí. Es imposible describir el terror y
la agonía que sentí entonces. Caí sobre mi rostro delante de él, pero
no pude pronunciar una sola palabra. ¡Oh, cuánto anhelaba estar
amparada y oculta de ese ceño terrible! Entonces pude compren-
der, en cierto grado, cuáles serán los sentimientos de los perdidos