Página 711 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Obreros de la causa
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Aunque es cierto que deben trazarse planes extensos, hay que
tener cuidado que la obra en cada ramo de la causa esté unida
armoniosamente con la de los demás departamentos, creando así
un conjunto perfecto. Pero con mucha frecuencia ha sucedido lo
contrario, y por consiguiente, la obra ha sido defectuosa. Un hombre
que tiene a su cargo la supervisión de un ramo de la obra, puede
exagerar sus responsabilidades de tal manera que a su parecer ese
departamento está por encima de todos los demás. Cuando se adopta
ese concepto estrecho, se influye mucho en los demás para que
piensen de la misma manera. Así es la naturaleza humana, pero no el
Espíritu de Cristo. En la medida en que se siga esta política, Cristo
quedará excluido de la obra y el yo ocupará un lugar prominente.
Los principios que deben motivar a los obreros de la causa de
Dios han sido delineados por el apóstol Pablo: “Porque nosotros so-
mos colaboradores de Dios”.
1 Corintios 3:9
. “Y todo lo que hagáis,
hacedlo de corazón,
como para el Señor
y no para los hombres”.
Colosenses 3:23
. Y Pedro exhorta así a los creyentes: “Cada uno
según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla,
que hable como si fuesen palabras de Dios; si alguno ministra, que
lo haga en virtud de la fuerza que Dios suministra, para que en todo
sea Dios glorificado mediante Jesucristo”.
1 Pedro 4:10-11
.
Cuando estos principios gobiernen nuestros corazones nos dare-
mos cuenta de que la obra es de Dios y no nuestra; que él cuida de la
misma forma cada parte del gran conjunto. Cuando Cristo y su gloria
se ponen en primer lugar y el amor propio es consumido por el amor
hacia las almas por quienes Cristo murió, entonces ningún obrero
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se absorbe tanto en un solo ramo de la obra que pierda de vista la
importancia de todos los demás. Es el egoísmo lo que conduce a
la gente a pensar que la parte de la obra en que se ocupa es la más
importante de todas.
Es el egoísmo lo que hace creer a los obreros que su criterio debe
ser el más digno de confianza y que sus métodos de trabajo son los
mejores, o que es prerrogativa suya constreñir la conciencia de otro.
Ese era precisamente el espíritu de los dirigentes judíos en el tiempo
de Cristo. En su deseo de exaltación de sí mismos, los sacerdotes
y rabinos introdujeron unas reglas tan rígidas y tantas formas y
ceremonias, que desviaron las mentes del pueblo impidiendo así que