Página 727 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El carácter de Dios revelado en Cristo
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con Dios, que no tendremos disposición para hablar de dudas y
desalientos.
La manifestación del amor de Dios, su misericordia y su bondad,
y la obra del Espíritu Santo en el corazón para iluminarlo y renovarlo,
nos colocan por la fe en una relación tan íntima con Cristo que,
teniendo un claro concepto de su carácter, podemos discernir los
magistrales engaños de Satanás. Mirando a Jesús, y confiando en sus
méritos, nos apropiamos las bendiciones de la luz, de la paz y del
gozo en el Espíritu Santo. Y en vista de las grandes cosas que Cristo
ha hecho en nuestro favor, estamos listos para exclamar: “Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”.
1
Juan 3:1
.
Hermanos y hermanas, contemplando es como somos transfor-
mados. Espaciándonos en el amor de Dios y de nuestro Salvador,
admirando la perfección del carácter divino y apropiándonos la jus-
ticia de Cristo por la fe, hemos de ser transformados a su misma
imagen. Por lo tanto, no reunamos todos los cuadros desagradables,
las iniquidades, las corrupciones y los desalientos, evidencias del
poder de Satanás, para grabarlos en nuestra memoria, para hablar
de ellos y lamentarlos hasta que nuestras almas estén llenas de des-
aliento. Un alma desalentada está en tinieblas, y no sólo deja de
recibir ella misma la luz de Dios, sino que impide que llegue a otros.
Satanás se deleita viendo los cuadros de los triunfos que obtiene al
restar fe y aliento a los seres humanos.
Hay, gracias a Dios, cuadros más brillantes y animadores que el
Señor nos ha presentado. Agrupemos las bienaventuradas segurida-
des de su amor, como tesoros preciosos, para que podamos mirarlas
de continuo. El Hijo de Dios abandonando el trono de su Padre,
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vistiendo su divinidad de humanidad, a fin de rescatar al hombre
del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, abriendo el cielo
al hombre, revelando a la visión humana la cámara de la presencia
donde la divinidad revela su gloria; la especie caída levantada desde
el abismo de la ruina en que el pecado la había sumido, y puesta de
nuevo en relación con el Dios infinito, habiendo soportado la prueba
divina por la fe en nuestro Redentor, revestida con la justicia de Cris-
to y exaltada a su trono, éstos son los cuadros con los cuales Dios
nos invita a alegrar las cámaras del alma. Y mientras no miremos “a
las cosas que se ven, sino a las que no se ven” resultará cierto que