Página 730 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
revelaba, que había apartado las multitudes de ellos atrayéndolas
hacia la luz de la vida. Por su influencia, la nación judaica no pudo
discernir el carácter divino del Redentor y le rechazó.
La unión de lo divino y lo humano que se manifestó en Cristo
existe también en la Biblia. Las verdades reveladas son todas ins-
piradas divinamente; pero están expresadas en las palabras de los
hombres y se adaptan a las necesidades humanas. Así puede decirse
del Libro de Dios, como fue dicho de Cristo, que “aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros”.
Juan 1:14
. Este hecho, lejos
de ser un argumento contra la Biblia, debe fortalecer la fe en ella
como palabra de Dios. Los que se pronuncian sobre la inspiración
de las Escrituras, aceptando ciertas porciones mientras que rechazan
otras partes como humanas, pasan por alto el hecho de que Cristo, el
divino, participó de nuestra naturaleza humana a fin de que pudiese
alcanzar a la humanidad. En la obra de Dios por la redención del
hombre se combinan la divinidad y la humanidad.
Hay en la Escritura muchos pasajes que los críticos escépticos
han declarado no inspirados, pero que, en su tierna adaptación a
las necesidades del hombre, son los mensajes de consuelo que Dios
mismo dirige a los que confían en él. Una hermosa ilustración de
esto se presenta en la historia del apóstol Pedro. Este se hallaba en
la cárcel, esperando ser llevado a la muerte al día siguiente; estaba
durmiendo de noche “entre dos soldados, preso con dos cadenas,
y los guardas delante de la puerta, que guardaban la cárcel. Y he
aquí, el ángel del Señor sobrevino, y una luz resplandeció en la cár-
cel; e hiriendo a Pedro en el lado, le despertó, diciendo: Levántate
prestamente. Y las cadenas se le cayeron de las manos”. Pedro,
despertando repentinamente, se asombró por el resplandor que inun-
daba su celda y por la hermosura celestial del mensajero divino. No
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comprendía la escena, pero sabía que estaba libre, y en su aturdi-
miento y gozo habría salido de la cárcel sin protegerse contra el frío
aire nocturno. El ángel de Dios, notando todas las circunstancias y
preocupándose solícito por la necesidad del apóstol dijo: “Cíñete, y
átate tus sandalias”. Pedro obedeció mecánicamente; pero estaba tan
extasiado con la revelación de la gloria del cielo, que no se acordó
de tomar su manto. Entonces el ángel le ordenó: “Rodéate tu ropa,
y sígueme. Y saliendo, le seguía; y no sabía que era verdad lo que
hacía el ángel, mas pensaba que veía visión. Y como pasaron la