Página 78 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
capaces de discernir la obra y la manifestación de Dios. Ignoráis
que es él. El Señor aún posee gracia en plenitud y está dispuesto
a perdonar a todos los que vienen a él arrepentidos y con fe. Dijo
el Señor: Muchos no se dan cuenta de la causa de su tropiezo. No
atienden la voz de Dios, sino que siguen tras lo que sus ojos ven
y se dejan llevar por el entendimiento de su propio corazón. La
incredulidad y el escepticismo han tomado el lugar de la fe. “Me
han abandonado”.
Se me mostró que padres y madres se han apartado de la sen-
cillez y han pasado por alto el sagrado llamado del Evangelio. El
Señor los ha amonestado que no se corrompan adoptando las cos-
tumbres y máximas del mundo. Cristo les hubiera proporcionado las
inescrutables riquezas de su gracia libremente y en abundancia, pero
no dan muestras de ser merecedores de ellas.
Muchos están introduciendo en sus almas un ambiente de va-
nidad. Apenas se imagina una persona que tiene algún talento que
pudiera ser de utilidad en la causa de Dios, cuando sobreestima el
talento y comienza a pensar en sí mismo más de lo que debiera, co-
mo si fuera una columna en la iglesia. La obra que pudiera realizar
aceptablemente se la deja a otra persona que tiene menos habilidad
de la que él mismo cree poseer. Piensa y habla acerca de algo más
elevado. Es su deber dejar que su luz brille ante los hombres; sin
embargo, en lugar de brillar en su vida la gracia, la mansedumbre,
la modestia, la bondad, la ternura y el amor, es el yo, el importante
yo, el que se asoma por doquiera.
El espíritu de Cristo debiera controlar nuestro carácter y conducta
de tal manera que nuestra influencia pueda siempre bendecir, animar
y edificar. Nuestros pensamientos, palabras y hechos debieran dar
testimonio de que hemos nacido de arriba y que la paz de Cristo
domina en nuestros corazones. De esta manera proyectamos en torno
nuestro el gentil resplandor a que se refirió el Señor cuando dijo
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que dejásemos brillar nuestra luz ante los hombres. De esta forma
dejamos huellas tras nosotros que conducen al cielo. Así, todos los
que están vinculados con Cristo podrán convertirse en predicadores
más eficaces de la justicia que lo que serían mediante el esfuerzo más
capaz desde el púlpito sin tener esta unción celestial. Los portadores
de luz que irradian el resplandor más puro son aquellos que menos