Página 80 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
razón. Hay solamente unos pocos que cual estrellas en una noche
tormentosa brillan aquí y allá entre nubes.
Muchos de los que cómodamente escuchan las verdades de la
Palabra de Dios están muertos espiritualmente, aunque profesan es-
tar vivos. Por años han entrado y salido de nuestras congregaciones,
pero parecen cada vez menos suceptibles al valor de la verdad reve-
lada. No tienen hambre ni sed de justicia. No tienen gusto por los
asuntos espirituales o divinos. Le dan su asentimiento a la verdad,
pero ésta no los santifica. Ni la palabra de Dios ni los testimonios
de su Espíritu les crean una impresión duradera. Conforme a la luz,
los privilegios y oportunidades que han despreciado, será su con-
denación. Muchos de los que predican la verdad a otros están ellos
mismos albergando la iniquidad. Los ruegos del Espíritu de Dios,
que son como una melodía celeste; las promesas de su Palabra, ricas
y abundantes, sus amenazas contra la idolatría y la desobediencia,
ninguna de estas cosas son capaces de derretir el corazón que el
mundo ha endurecido. Muchos están tibios. Están en la misma posi-
ción que Meroz, ni a favor ni en contra, ni fríos ni calientes. Oyen
las palabras de Cristo, pero no las ponen por obra. Si permanecen en
este estado, él los rechazará con aborrecimiento. Muchos de aquellos
que han tenido gran luz, grandes oportunidades y toda clase de ven-
tajas espirituales, rinden homenaje a Cristo y al mundo a la misma
vez. Se inclinan ante Dios y Mammón. Hacen fiesta con los hijos
del mundo, y a la vez dicen que son bendecidos juntamente con los
hijos de Dios. Desean tener a Cristo como Salvador, pero rehusan
llevar su cruz y su yugo. El Señor tenga misericordia de vosotros;
porque si seguís así, ninguna cosa sino el mal podrá profetizarse
acerca de vosotros.
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La paciencia de Dios tiene su propósito, pero vosotros lo estáis
derrotando. El ha estado permitiendo que os sobrecoja un estado de
cosas que con el tiempo desearíais que fuera contrarrestado, pero ya
será demasiado tarde. Dios le ordenó a Elías que ungiese al cruel y
engañoso Hazael como rey de Siria para que fuese un azote para el
pueblo idólatra de Israel. ¿Quién sabe si Dios os abandonará a los en-
gaños que amáis? ¿Quién sabe si los predicadores que se mantienen
fieles, firmes y leales serán los últimos que ofrecerán el Evangelio
de paz a nuestras iglesias ingratas? Puede ser que los agentes des-
tructores ya estén siendo adiestrados bajo el mando de Satanás y que