Página 81 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los testimonios menospreciados
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sólo esperen la desaparición de unos pocos portaestandartes más
para tomar su lugar y con la voz del falso profeta clamar, “paz, paz”,
cuando el Señor no ha pronunciado la paz. Raras veces lloro, pero
en estos instantes mis ojos están inundados de lágrimas, las cuales
caen sobre el papel mientras escribo. Puede ser que dentro de poco
tiempo toda profecía entre nosotros llegue a su fin, y que la voz que
ha movido al pueblo deje ya de conturbar su adormecimiento carnal.
Cuando Dios lleve a cabo su extraña obra sobre la tierra, cuando
manos santificadas ya no más lleven el arca, un ¡ay! será pronunciado
sobre el pueblo. ¡Oh, si hubieses conocido, también tú, en este día, lo
que es para tu paz! ¡Oh, si nuestro pueblo, cual Nínive, se arrepintiera
con todas sus fuerzas y creyese con todo el corazón, de manera que
Dios apartara su ardiente ira de ellos!
Me lleno de dolor y angustia al ver que hay padres que se aco-
modan al mundo y permiten que sus hijos se ajusten a las normas
mundanales en un tiempo como éste. Cuando la situación de las
familias que profesan la verdad presente me es presentada, me ho-
rrorizo. El libertinaje de la juventud, y aun de los niños, es increíble.
Los padres ignoran que el vicio secreto está destruyendo y deforman-
do la imagen de Dios en sus hijos. Los pecados que caracterizaban a
los sodomitas existen entre ellos. Los responsables son los padres,
por cuanto no han instruido a sus hijos a amar y obedecer a Dios.
No los han restringido ni les han enseñado diligentemente el camino
del Señor. Les han permitido salir y entrar a su gusto y asociarse
con los mundanos. Estas influencias mundanales que contrarrestan
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la enseñanza y autoridad de los padres se hallan mayormente en la
supuesta alta sociedad. Por su manera de vestir, su apariencia, sus
diversiones, se rodean de una atmósfera que es opuesta a Cristo.
Nuestra única seguridad está sólo en mantenernos en pie como
el pueblo especial de Dios. No hemos de ceder ni una pulgada
a las costumbres y modas de esta época degenerada, sino antes
sostenernos firmes en nuestra independencia moral, sin avenirnos a
sus corruptas e idólatras costumbres.
Mantenernos por encima de las normas religiosas del mundo
cristiano es algo que requerirá valor e independencia. Ellos no siguen
el ejemplo de abnegación dado por el Salvador; no hacen ningún
sacrificio; procuran constantemente evadir la cruz, la cual Cristo
declaró que es la señal del discipulado.