Página 82 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
¿Qué habré de decir para despertar a nuestro pueblo? Os digo
que no pocos de los ministros que se levantan ante el pueblo para
exponer las Escrituras están contaminados. Sus corazones están
corrompidos, sus manos no están limpias. No obstante, muchos
claman, “paz, paz”; y los obradores de iniquidad no se alarman. La
mano del Señor no se ha acortado para salvar ni se ha endurecido su
oído para oír; son nuestras iniquidades las que nos han separado de
Dios. La iglesia se ha corrompido por causa de sus miembros que
degradan sus cuerpos y contaminan sus almas.
Si todos los que se congregan para celebrar reuniones para la
edificación y la oración pudieran considerarse como verdaderos ado-
radores, entonces habría esperanza, aunque todavía quedaría mucho
por hacer en favor nuestro. Pero está demás engañarnos a nosotros
mismos. Las cosas están lejos de ser lo que las apariencias pudie-
ran indicar. A la distancia parecería haber mucho de bueno, pero
al examinarse de cerca, se vería lleno de deformidades. El espíritu
reinante de la época es el de la infidelidad y apostasía: un espíritu
de esclarecimiento aparente, porque se posee un conocimiento de la
verdad, pero que es en realidad la más ciega presunción. Existe un
espíritu de oposición a la clara Palabra de Dios y al testimonio de su
Espíritu. Existe un espíritu de exaltación idolátrica de la mera razón
humana por sobre la sabiduría revelada de Dios.
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Entre nosotros hay hombres con puestos de responsabilidad que
sostienen que en realidad se puede confiar más en las opiniones
de unos cuantos presuntos filósofos, supuestos filósofos, que en la
verdad bíblica o en los testimonios del Espíritu Santo. Se considera
que la fe de hombres como Pablo, Pedro y Juan es anticuada e
intolerable hoy día. Se declara que es absurda, mística e indigna de
una mente inteligente.
Dios me ha mostrado que estos hombres son Hazaeles que re-
sultan ser un azote para nuestro pueblo. Su sabiduría se enaltece
por sobre lo que está escrito. Esta actitud de duda de las verdades
mismas de la Palabra de Dios, debida a que el criterio humano no
alcanza a comprender los misterios de la obra divina, se encuentra
en todo distrito y en todos los niveles de la sociedad. Es enseñada en
la mayoría de nuestras escuelas y se encuentra hasta en las lecciones
que se dan al nivel infantil. Miles de los que profesan ser cristianos