Página 85 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los testimonios menospreciados
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limpiando la era de Jehová, Dios será la ayuda de su pueblo. Los
trofeos de Satanás podrán ser puestos en alto, pero la fe pura y santa
no se atemorizará.
Elías sacó a Eliseo de detrás del arado y colocó sobre él su man-
to de consagración. El llamado para hacer esta grande y solemne
obra se hizo a hombres eruditos y de elevada posición; si éstos no
hubieran tenido una opinión tan elevada de sí mismos y hubieran
confiado completamente en el Señor, él los hubiera honrado permi-
tiéndoles llevar su estandarte triunfantemente hasta la victoria. Pero
se separaron de Dios, cedieron a la influencia del mundo, y el Señor
los rechazó.
Muchos han exaltado la ciencia y perdido de vista al Dios de la
ciencia. No hacía esto la iglesia en su época de mayor pureza.
Dios ha de llevar a cabo una obra en nuestros días que muy pocos
anticipan. Levantará y exaltará en nuestro medio a aquellos que son
enseñados por la unción de su Espíritu en vez de por la enseñanza
de las instituciones científicas del mundo. Estos planteles no han
de despreciarse ni condenarse; son ordenados por Dios, pero son
capaces de proporcionar tan sólo calificaciones de carácter exterior.
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Dios revelará que él no depende de mortales doctos y vanidosos.
Hay realmente muy pocos hombres consagrados entre nosotros,
pocos que hayan peleado y vencido en la batalla con el yo. La
verdadera conversión es un cambio decidido de deseos y motivos;
es virtualmente un desprendimiento de todo vínculo mundanal, un
apresurarse a escapar de la atmósfera espiritual del mundo, una
separación del poder controlador de sus pensamientos, opiniones e
influencias. Esta separación ocasiona dolor y amargura para ambas
partes. Constituye la disensión que Cristo dice que vino a traer. Sin
embargo, los convertidos sentirán un continuo anhelo vehemente
porque sus amistades lo dejen todo por Cristo, sabiendo que si no lo
hacen se llevará a cabo una separación final y eterna. El verdadero
cristiano, cuando está en la compañía de sus amigos incrédulos, no
puede ser frívolo ni liviano. El valor de las almas por quienes Cristo
murió es demasiado grande.
“El que no haya dejado todo por mi nombre, dice Jesús, no es
digno de mí”. Lo que sea que desvíe los afectos de Dios tiene que ser
dejado. El ídolo de muchos es Mammón. Sus cadenas doradas los
mantienen atados a Satanás. Hay otra clase de personas que rinden