Página 90 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
como podemos dar testimonio de nuestra lealtad y coronar con honor
a nuestro Redentor.
No tengo mayor deseo que el de ver a nuestra juventud imbuida
por el espíritu de la religión pura que los conducirá a tomar su cruz y
seguir a Jesús. ¡Adelante, jóvenes discípulos de Cristo, gobernados
por los sanos principios, ataviados de vestimentas de pureza y de
justicia! Vuestro Salvador os guiará hacia el puesto que se adapte
mejor a vuestros talentos y en el que podáis ser más útiles. Al transi-
tar por el sendero del deber, podéis estar seguros de que recibiréis la
gracia que cada día necesitáis.
La predicación del Evangelio es el medio escogido por Dios
para la salvación de las almas. Sin embargo, nuestra primera obra
debe ser colocar nuestros propios corazones en armonía con Dios, y
entonces estaremos preparados para trabajar en favor de los demás.
En tiempos pasados había un gran escudriñamiento de corazón
de parte de nuestros diligentes obreros. Se consultaban y se unían
en humilde y ferviente oración buscando la dirección divina. El
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verdadero espíritu misionero ha decaído entre nuestros ministros
y profesores. No obstante, la venida de Cristo está más cerca que
cuando primero creímos. Cada día que pasa nos deja uno menos para
proclamar el mensaje de amonestación al mundo. ¡Ojalá se buscara
hoy con interés anhelante a Dios para interceder, y hubiera más hu-
mildad, pureza y fe! Todos están en peligro constante. Amonesto a la
iglesia para que se cuide de los que predican a otros la Palabra de vi-
da y no albergan ellos mismos el espíritu de humildad y abnegación
que ella nos comunica. De los tales no se puede depender en tiempo
de crisis. Ignoran la voz de Dios tan prestamente como lo hizo Saúl,
y como él muchos están dispuestos a justificar su comportamiento.
Cuando el Señor lo reprendió a través del profeta, Saúl firmemente
aseveró que había obedecido la voz de Dios; pero el balido de las
ovejas y el mugir de los bueyes daban testimonio de que no era así.
De la misma manera hay muchos hoy que aseveran servir a Dios,
pero sus conciertos y otras reuniones de placer, sus compañías mun-
danales, su exaltación del yo y sus ardientes deseos de popularidad,
dan testimonio de que no han obedecido su voz. “Los opresores de
mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él”.
Isaías
3:12
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