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Testimonios Selectos Tomo 5
unos a los otros.”
Juan 13:34
. Debían ser tan unidos en Cristo que
serían hechos capaces de seguir sus demandas. Debían ensalzar el
poder de un Salvador que podía justificarlos por su justicia.
Mas los primeros cristianos principiaron a fijarse en los defectos
de unos y otros. Al detenerse a hablar de sus faltas, al dejar entrar
la crítica, perdieron de vista al Salvador y el gran amor que había
manifestado hacia los pecadores. Se volvieron más estrictos respecto
a las ceremonias exteriores, más puntillosos acerca de la teoría de la
fe, más severos en sus críticas. En su celo por condenar a los demás,
olvidaban sus propios errores. Descuidaban las lecciones de amor
fraterno que Cristo les había enseñado y, lo que es más triste aún,
estaban inconscientes de lo que habían perdido. No comprendían
que la felicidad y la alegría se alejaban de su existencia, y que pronto,
habiendo ahuyentado de su corazón el amor de Dios, andarían en las
tinieblas.
El apóstol Juan, comprendiendo que el amor fraterno desaparecía
de la iglesia, insistió muy particularmente sobre este hecho. Hasta
el día de su muerte, suplicó a los creyentes que se ejercitaran cons-
tantemente en el amor. Sus cartas, dirigidas a la iglesia, están llenas
de este pensamiento: “Carísimos, amémonos unos a otros” escribe
él; “porque el amor es de Dios. ... Dios envió a su Hijo unigénito
al mundo, para que vivamos por él. ... Amados, si Dios así nos ha
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amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros.”
1 Juan
4:7-11
.
En la iglesia de Dios hoy día, hay una gran necesidad de amor
fraternal. Muchos de aquellos que pretenden amar al Señor, descui-
dan el amor a aquellos que les son unidos por vínculos de fraternidad
cristiana. Tenemos la misma fe, somos miembros de una misma fa-
milia, somos todos hijos de un mismo Padre, y tenemos todos la
misma esperanza bendita de la inmortalidad. ¡Cuán tiernos y estre-
chos debieran ser los vínculos que nos unen! La gente del mundo
nos observa para ver si nuestra fe ejerce una influencia santifica-
dora sobre nuestros corazones. Prestamente discierne todo defecto
de nuestra vida y toda inconsecuencia de nuestras acciones. No le
demos ocasión alguna de echar oprobio sobre nuestra fe.
No es la oposición del mundo la que nos hace peligrar más. El
mal que los cristianos profesos guardan en su corazón nos expone al
más grande de los desastres, y retarda el progreso de la obra de Dios.