Página 119 - Testimonios Selectos Tomo 5 (1932)

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La crisis final
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se ven a hombres que acumulan fortunas colosales por medio de
toda clase de opresiones y extorsiones.
Una noche, estando en Nueva York, tuve ocasión de considerar
los edificios que, piso tras piso, se elevaban hacia el cielo. Esos
inmuebles que eran la gloria de sus propietarios y constructores,
eran garantizados ser incombustibles. Se elevaban siempre más
alto; los materiales más costosos entraban en su construcción. Los
propietarios no se preguntaban cómo podían glorificar mejor a Dios.
El Señor estaba ausente de sus pensamientos.
Yo pensaba: ¡Ojalá aquellos que emplean sus riquezas de esta
manera pudiesen apreciar su proceder como Dios lo hace! Levantan
edificios magníficos, pero el Dominador del universo sólo ve locura
en sus planes e invenciones. No se esfuerzan por glorificar a Dios
con todo el poder de sus corazones y de su espíritu. Esto es, sin
embargo, el primer deber del hombre; mas lo han olvidado.
Mientras que esas altas construcciones se levantaban, sus pro-
pietarios se regocijaban con orgullo, por tener suficiente dinero para
satisfacer sus ambiciones y excitar la envidia de sus vecinos. Una
gran parte del dinero así empleado había sido obtenido injustamente,
explotando al pobre. Ellos olvidaban que en el cielo toda transacción
comercial es anotada, que todo acto injusto y todo negocio fraudu-
lento son registrados. El tiempo vendrá cuando los hombres llegarán
en el fraude y la insolencia a un límite tal, que el Señor no podrá
permitir que sea sobrepasado, y aprenderán entonces, que hay un
límite para la paciencia de Jehová.
Luego una nueva escena pasó ante mí. En ella se daba la alar-
ma de un incendio. Los hombres miraban a esos altos edificios,
reputados incombustibles, y decían: “Están perfectamente seguros.”
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Pero esos edificios fueron consumidos como la pez. Las bombas
contra incendio no pudieron impedir su destrucción. Los bomberos
no podían hacer funcionar sus máquinas.
Me fué dicho que cuando el Señor venga en su día, si no ocurre
algún cambio en el corazón de ciertos hombres orgullosos y llenos
de ambición, ellos comprobarán que la mano otrora poderosa para
salvar, lo será igualmente para destruir. Ninguna fuerza terrenal pue-
de sujetar la mano de Dios. No hay materiales que puedan preservar
de la ruina a un edificio cuando llegará el tiempo fijado por Dios