Página 53 - Testimonios Selectos Tomo 5 (1932)

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La centralización
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No es conforme a la voluntad de Dios que su pueblo construya
sanatorios gigantescos. Antes bien, conviene establecer muchos de
ellos. No deben ser grandes, pero lo suficientemente completos para
poder realizar un buen trabajo.
Se me han dado advertencias acerca de la formación de enferme-
ros y evangelistas médico-misioneros. No debemos centralizar esta
preparación en un solo lugar. En todos los sanatorios establecidos
es donde deben prepararse jóvenes de ambos sexos para el trabajo
médico-misionero. El Señor abrirá delante de ellos un camino para
que puedan trabajar por él.
Las profecías que se cumplen manifiestamente bajo nuestros
ojos, nos muestran que se acerca el fin de todas las cosas. Debe
realizarse un trabajo de gran importancia lejos de los lugares donde,
en lo pasado, se han centralizado nuestros esfuerzos.
Cuando conducimos agua corriente para irrigar un jardín, no
tratamos de regar un solo lugar, dejando a los demás en la sequía.
Eso es, sin embargo, lo que hemos hecho en el pasado en algunos
lugares, con perjuicio del vasto campo. ¿Permanecerán desolados
los lugares áridos? No; circule en todas partes la corriente de agua
viva, y esparza gozo y fertilidad.
No debemos nunca contar con la reputación y el puesto que
nos concede el mundo. No debemos tampoco tratar de rivalizar, en
cuanto a dimensiones y esplendor, con las instituciones del mundo.
Obtendremos la victoria, no erigiendo vastos edificios ni rivalizando
con nuestros enemigos, sino cultivando un espíritu cristiano, un
espíritu manso y humilde. Más vale la cruz con esperanzas frustradas
pero con la vida eterna después, que vivir como príncipes y perder
el cielo.
El Salvador de la humanidad nació de padres humildes, en un
mundo malo y maldito por causa del pecado. Criado en la obscura
Nazaret, pequeña ciudad de Galilea, comenzó su obra en la pobreza
y sencillez. Dios envió, pues, el evangelio de un modo muy diferente
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del que muchos, hoy día, creen que es su deber proclamarlo.
En el principio de la dispensación evangélica, Cristo enseñó a su
iglesia a contar no con el puesto elevado y el esplendor que concede
el mundo, sino con la potencia de la fe y de la obediencia. El favor
de Dios tiene más valor que el oro y la plata. La potencia del Espíritu
Santo tiene un precio inestimable.