Página 255 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Nuestro deber hacia la familia de la fe
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Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de
su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su genero-
sidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a
sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas; pidiéndonos con muchos
ruegos, que les concediésemos el privilegio de participar en este
servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí
mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la
voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito, para que tal
como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta
obra de gracia”.
2 Corintios 8:1-6
.
Jerusalén había sufrido hambre, y Pablo sabía que muchos de
los cristianos habían sido esparcidos, y que los que permanecían
iban a quedar probablemente privados de la simpatía de la gente
y expuestos a la enemistad religiosa. Por lo tanto, exhortó a las
iglesias a enviar ayuda pecuniaria a sus hermanos de Jerusalén.
La cantidad recogida por las iglesias excedió lo que esperaban los
apóstoles. Constreñidos por el amor de Cristo, los creyentes dieron
liberalmente y se llenaron de gozo por haber podido expresar de esa
manera su gratitud al Redentor y su amor hacia los hermanos. Tal es
la verdadera base de la caridad según la Palabra de Dios.
Se hace constantemente hincapié en la necesidad de cuidar a
nuestros hermanos y hermanas ancianos que no tienen hogares. ¿Qué
puede hacerse por ellos? La luz que el Señor me ha dado ha sido
repetida: No es lo mejor establecer instituciones para el cuidado de
los ancianos, a fin de que puedan estar acompañados. Tampoco se
los debe despedir de la casa para que los atiendan en otra parte. Que
los miembros de cada familia atiendan a sus parientes. Cuando esto
no sea posible, la obra incumbe a la iglesia, y debe ser aceptada
como un deber y privilegio. Todos los que tienen el espíritu de
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Cristo considerarán a los débiles y ancianos con respeto y ternura
especiales.
Dios permite que sus pobres estén dentro de cada iglesia. Siem-
pre los habrá entre nosotros, y el Señor coloca sobre los miembros
de cada iglesia una responsabilidad personal en lo referente a cui-
darlos. No debemos transferirla a otros. Debemos manifestar hacia
los que están entre nosotros el mismo amor y simpatía que Cristo
manifestaría si estuviese en nuestro lugar. Esto nos disciplinará y
preparará para trabajar en las actividades de Cristo.