Página 257 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Nuestro deber hacia el mundo
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito”. “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar
al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.
Juan 3:16, 17
.
El amor de Dios abarca a toda la humanidad. Cristo, al enviar a sus
discípulos, dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura”.
Marcos 16:15
.
Cristo quería que se hiciera en favor de los hombres una obra
mayor que la que se había realizado hasta entonces. No quería que
tanta gente eligiera permanecer bajo la bandera de Satanás y quedara
registrada entre los rebeldes contra el gobierno de Dios. El Redentor
del mundo no quería que la herencia que él había comprado viviera
y muriera en sus pecados. ¿Por qué, entonces, son tan pocos los
alcanzados y salvados? Es porque muchos de los que profesan ser
cristianos imitan la manera de obrar del gran apóstata. Millares de
los que no conocen a Dios podrían hoy regocijarse en su amor si los
que dicen servirle obraran como Dios obró.
Las bendiciones de la salvación, tanto temporales como espiri-
tuales, son para toda la humanidad. Son muchos los que se quejan
de Dios porque hay tanta necesidad y dolor en el mundo; pero Dios
nunca quiso que existiera esta miseria ni que algunos tuvieran ex-
ceso de lujos, mientras que los hijos de otros lloraran por pan. El
Señor es un Dios benévolo. Hizo abundante provisión para satisfa-
cer las necesidades de todos, y por medio de sus representantes, a
quienes ha confiado sus bienes, quiere que las necesidades de todas
sus criaturas sean suplidas.
Los que creen la Palabra de Dios lean las instrucciones conteni-
das en Levítico y Deuteronomio. Allí verán qué clase de educación
se daba a las familias de Israel. Si bien el pueblo elegido por Dios
debía destacarse y ser santo, separado de las naciones que no le
conocían, tenía que tratar bondadosamente al extranjero. No debía
despreciarlo porque no pertenecía a Israel. Los israelitas tenían que
amar al extranjero, porque Cristo moriría tan ciertamente por él
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