Página 258 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
para salvarlo como lo haría para salvar a Israel. En sus fiestas de
agradecimiento, cuando ellos recordaban las bendiciones de Dios, el
extranjero debía ser bienvenido. En el tiempo de la cosecha, había
que dejar en el campo una porción para el extranjero y el pobre. Así
los extranjeros también participaban de las bendiciones espirituales
de Dios. El Señor Dios de Israel ordenó que fuesen aceptados si
decidían formar parte de la sociedad que lo reconocían como Se-
ñor. De esta manera, conocerían la ley de Jehová y lo glorificarían
mediante su obediencia.
Dios también desea hoy que sus hijos compartan sus bendiciones
con el mundo, tanto en las cosas espirituales como en las temporales.
Las preciosas palabras que siguen acerca del Salvador se dijeron
para beneficio de cada discípulo de todas las épocas: “Ríos de agua
viva brotarán de su corazón”.
Juan 7:38
.
Pero en vez de compartir los dones de Dios, muchos de los
profesos cristianos se enfrascan en sus propios y mezquinos intereses
y privan egoístamente a sus semejantes de las bendiciones de Dios.
Mientras que en su providencia Dios ha cubierto la tierra con sus
bondades, y llenado sus almacenes con provisiones para sustentar la
vida, por todas partes hay necesidades y miseria. Una Providencia
generosa ha puesto en las manos de sus agentes humanos bienes
abundantes para suplir las necesidades de todos, pero los mayor-
domos de Dios son infieles. En el mundo que profesa ser cristiano
se gasta en extravagante ostentación lo suficiente para suplir las
necesidades de todos los hambrientos y vestir a todos los desnudos.
Muchos de los que han tomado sobre sí el nombre de Cristo están
gastando su dinero en placeres egoístas, en la satisfacción de los
apetitos carnales, en bebidas alcohólicas y en exquisitos manjares, en
casas extravagantes, ropas y muebles lujosos, mientras que apenas
echan una mirada de compasión y dirigen una palabra de simpatía a
los que sufren.
¡Cuánta miseria existe en el corazón mismo de nuestros países
llamados cristianos! Pensemos en la condición de los pobres en
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nuestras grandes ciudades. Allí hay multitudes que no reciben si-
quiera el cuidado o la consideración que se otorga a las bestias. Hay
miles de niños miserables, haraposos y hambrientos, con el vicio
y la degradación escritos en el rostro. Hay familias hacinadas en
miserables tugurios, muchos de los cuales son sótanos oscuros que