Página 259 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Nuestro deber hacia el mundo
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chorrean humedad y suciedad. En esos terribles lugares nacen niños
que en su infancia y juventud no ven nada atractivo, ni perciben
una vislumbre de las hermosas cosas naturales que Dios creó para
deleitar los sentidos. Se deja a estos niños criarse y amoldar su ca-
rácter con la maldad, la miseria y los malos ejemplos que los rodean.
Oyen el nombre de Dios solamente en blasfemias. Las palabras
impuras, los efluvios del alcohol y el tabaco, la degradación moral
de toda clase es lo que sus oídos y sus ojos perciben, y pervierten
sus sentidos. Desde estas moradas miserables muchos que no saben
nada de la oración claman por alimento y ropa.
Nuestras iglesias tienen que hacer una obra de la cual muchos
no tienen idea, una obra apenas iniciada. “Porque tuve hambre”
dice Cristo “y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;
fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis;
enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí”.
Mateo 25:35, 36
. Algunos piensan que todo lo que se espera de ellos
es que den dinero para esta obra; pero están en un error. El dinero
donado no puede reemplazar el ministerio personal. Es bueno que
demos de nuestros recursos, y muchos más debieran hacerlo; pero
se requiere de todos un servicio personal de acuerdo a sus fuerzas y
oportunidades.
La obra de atender a los menesterosos, los oprimidos, los do-
lientes, los indigentes, es la obra que cada iglesia que cree la verdad
para este tiempo debiera haber estado haciendo desde hace mucho.
Debemos manifestar la tierna simpatía del samaritano y suplir las ne-
cesidades físicas, alimentar a los hambrientos, traer a los pobres sin
hogar a nuestras casas, pedir a Dios cada día la gracia y la fuerza que
nos habiliten para llegar a las mismas profundidades de la miseria
humana y ayudar a quienes no pueden ayudarse. Cuando hacemos
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esta obra, encontramos el momento oportuno para presentar a Cristo
crucificado.
Cada miembro de la iglesia debe considerar que tiene el deber
especial de trabajar por los que viven en su vecindario. Estudiad
la mejor manera de ayudar a los que no tienen interés en las cosas
religiosas. Mientras visitáis a vuestros amigos y vecinos, manifestad
interés en su bienestar espiritual, tanto como en el temporal. Pre-
sentad a Cristo como el Salvador que perdona el pecado. Invitadlos
a vuestra casa, y leed con ellos la preciosa Biblia y los libros que