Página 30 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
Mientras los ángeles retienen los cuatro vientos, debemos traba-
jar con toda nuestra capacidad. Debemos entregar nuestro mensaje
sin demora. Debemos dar al universo celestial y a los hombres y
mujeres de esta época degenerada, evidencia de que nuestra religión
es una fe y un poder de los cuales Cristo es el autor; y que su Pa-
labra es el oráculo divino. Hay personas que están en la balanza.
Serán súbditos del reino de Dios o esclavos del despotismo de Sata-
nás. Todos deben tener el privilegio de aceptar la esperanza que el
Evangelio les ofrece; pero ¿cómo podrán oír sin que haya quien les
predique? La familia humana necesita una renovación moral, una
transformación del carácter, a fin de poder subsistir en la presencia
de Dios. Hay almas a punto de perecer a causa de los errores de
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las teorías prevalecientes que han surgido contrarrestar el mensaje
del Evangelio. ¿Quiénes querrán consagrarse ahora plenamente a la
obra de ser colaboradores de Dios?
Mientras veis los peligros y la miseria del mundo por obra de
Satanás, no agotéis en ociosas lamentaciones las energías que Dios
os ha dado, sino antes trabajad para beneficio de vosotros mismos
y de los demás. Despertad y preocupaos por los que perecen. Si no
son ganados para Cristo, perderán una eternidad de bienaventuranza.
Pensad en lo que les es posible ganar. El alma que Dios creó y que
Cristo redimió es de gran valor en virtud de las posibilidades que
tiene, de las ventajas espirituales que le han sido concedidas, de las
capacidades que puede poseer si la Palabra de Dios la vivifica, y
de la inmortalidad que puede obtener mediante el Dador de la vida,
si es obediente. Un alma es de más valor para el cielo que todo un
mundo de propiedades, casas, tierras y dinero. Debiéramos emplear
nuestros recursos hasta lo sumo para la conversión de un alma. Un
alma ganada para Cristo reflejará en derredor suyo la luz del cielo,
la cual, al penetrar en las tinieblas morales y disiparlas, salvará a
otras personas.
Si Cristo dejó las noventa y nueve para buscar y salvar a la oveja
perdida, ¿podremos nosotros considerarnos exentos de responsabi-
lidad haciendo menos? ¿Dejar de trabajar como Cristo trabajó, de
sacrificarse como él se sacrificó, no es traicionar de hecho nuestro
sagrado deber, y una afrenta a Dios?
Haced resonar la alarma a lo largo y ancho de toda la tierra.
Decid a la gente que el día del Señor está cerca, y que se apresura