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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
el Espíritu Santo haya sido derramado sobre nosotros. Cuando tal
sea el caso daremos un mensaje decidido, pero de un carácter mucho
menos condenatorio que el que han estado dando algunos. Entonces
todos los creyentes serán mucho más fervientes en pro de la salva-
ción de nuestros oponentes. Dejemos a Dios la responsabilidad de
condenar a las autoridades y a los gobiernos. Con mansedumbre y
amor, defendamos como centinelas fieles los principios de la verdad
tal cual es en Jesús.
El amor fraternal
Las características más necesarias, y que deben atesorar los que
respetan los mandamientos de Dios, son la paciencia y la perseve-
rancia, la paz y el amor. Cuando falta el amor, ocurre una pérdida
irreparable; las personas se alejarán de la verdad aun cuando se
hayan relacionado con la causa de Dios. Nuestros hermanos que
ocupan puestos de responsabilidad y que ejercen poderosa influen-
cia, deberían recordar las palabras del apóstol Pablo inspiradas por
el Espíritu Santo: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar
las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.
Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para
edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien,
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como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban cayeron
sobre mí”.
Romanos 15:1-3
. Dice también: “Hermanos, si alguno
fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, res-
tauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas
de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”.
Gálatas 6:1, 2
.
Recordemos que la obra de restituir al errante debe ser nuestra
principal preocupación. Esta labor no se debe realizar de manera
orgullosa, entrometida o dominante. Nuestro comportamiento no
debe expresar: “Se me ha concedido autoridad y la utilizaré” para
lanzar acusaciones sobre los que han errado. Debemos restaurar al
pecador “con un espíritu de mansedumbre, no sea que tú también
seas tentado”. La obra que debemos realizar por nuestros hermanos
no es que los rechacemos, ni que los llevemos al desánimo, o a la
desesperación al decir: “Usted me ha decepcionado, por lo tanto no
trataré de ayudarlo”. Quien se erige como juez repleto de sabiduría