Página 445 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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El derecho de la redención
Los diezmos y las ofrendas dedicados a Dios son un reconoci-
miento de su derecho sobre nosotros, lo cual proviene de la creación;
también un reconocimiento de su derecho a través de la redención.
Por cuanto todo nuestro poder deriva de Cristo, esas ofrendas han
de fluir de nosotros a Dios. Deben recordarnos siempre lo que por la
redención Dios tiene derecho a pedirnos, pues ese derecho abarca
todo lo demás. La comprensión del sacrificio efectuado por nosotros
se ha de conservar siempre fresca en nuestra mente y debe influir
constantemente sobre nuestros pensamientos y planes. Cristo debe
estar entre nosotros como quien fue realmente crucificado.
“¿No sabéis que no sois vuestros? Porque comprados sois por
precio”.
1 Corintios 6:19, 20
. ¡Qué precio se pagó! Contemplemos
la cruz y la víctima alzada en ella. Mirad aquellas manos horadadas
por los crueles clavos. Mirad sus pies clavados a la cruz. Cristo llevó
nuestros pecados en su propio cuerpo. Ese sufrimiento y esa agonía
son el precio de nuestra redención. Fue dada esta orden: “Líbralos
de perecer eternamente. Yo he hallado rescate”.
¿No sabéis que él nos amó y se dio por nosotros, para que a
nuestra vez nos diésemos a él? ¿Por qué no habrían de expresar
amor a Cristo todos los que le reciben por la fe, así como se expresó
su amor a nosotros por quienes él murió?
Se nos representa a Cristo como buscando a la oveja que se había
perdido. Su amor nos circunda y nos trae de vuelta al redil. Su amor
nos da el privilegio de sentarnos con él en los lugares celestiales.
Cuando la bendita luz del Sol de justicia resplandece en nuestros
corazones y descansamos en paz y gozo en el Señor, alabemos al
Señor; alabemos a Aquel que es nuestra salvación y nuestro Dios.
Alabémosle, no sólo en palabras, sino por la consagración a él de
todo lo que somos y tenemos.
“¿Cuánto debes a mi señor?”
Lucas 16:5
. No lo podéis calcular.
Puesto que todo lo que tenéis es suyo, ¿lo privaréis de lo que exi-
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ge? Cuando él lo pide, ¿lo retendréis egoístamente como si fuese
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