Página 215 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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La abnegación
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las tinieblas a su luz admirable. Sus oraciones y ofrendas ascienden
como testimonio delante de Dios. Ningún incienso más fragante se
eleva a los cielos.
Pero en toda su extensión la obra de Dios es una sola, y los
mismos principios deberían practicarse en todos sus aspectos. Debe
portar la estampa del trabajo misionero. Cada departamento de la
causa está relacionado con todos los sectores del campo evangélico,
y el mismo espíritu que controla a un solo departamento se dejará
sentir en todo el campo. Si una parte de los obreros recibe sueldos
elevados, otros, en diferentes ramas de la obra, también exigirán
sueldos elevados, y el espíritu de abnegación se debilitará. Otras ins-
tituciones se contagiarán con el mismo espíritu y el favor del Señor
les será retirado, porque él no puede sancionar jamás el egoísmo.
De ese modo cesaría nuestro trabajo agresivo. Es imposible hacerlo
avanzar sin un sacrificio constante. De todas partes del mundo llegan
pedidos en procura de hombres y medios para llevar la obra adelante.
¿Nos veremos obligados a decir: “Deben esperar; no tenemos fondos
en la tesorería”?
Algunos de los hombres experimentados y piadosos, que se
destacaron al servicio de esta obra, ahora duermen en sus tumbas.
Como representantes del Señor, eran canales señalados por Dios
a través de los cuales se comunicarían a la iglesia los principios
de la vida espiritual. Habían logrado una experiencia del más alto
valor. No se los podía comprar ni vender. Su pureza y devoción y
abnegación, su conexión viviente con Dios, fueron bendecidas para
la edificación de la obra. Nuestras instituciones se caracterizaban
por el espíritu de abnegación.
En los días cuando luchábamos con la pobreza, los que vieron
cuán maravillosamente obraba Dios en favor de su causa sentían que
no se les podría conceder un honor más grande que el de hallarse
unidos con los intereses de la obra por medio de los lazos sagra-
dos que los conectaban con Dios. ¿Depondrían ellos la carga para
discutir términos financieros con el Señor? No, no. Aunque cada
mercenario abandonara su puesto, ellos no desertarían jamás.
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En los primeros años de la causa, los creyentes que se sacrifi-
caban para levantar la obra, estaban imbuidos del mismo espíritu.
Sentían que para lograr el éxito de la obra, Dios requería una consa-
gración sin reservas de todos los que estaban relacionados con su