Página 216 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

Basic HTML Version

212
Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
causa: de cuerpo, alma y espíritu, y de todas sus energías y habilida-
des.
Pero la obra se ha deteriorado en algunos respectos. Mientras ha
crecido en extensión y posesiones materiales, su piedad ha dismi-
nuido.
La historia de Salomón contiene una lección para nosotros. La
vida temprana de este rey de Israel fue radiante y promisoria. Eligió
la sabiduría de Dios, y la gloria de su reino despertó la admiración
del mundo. Tanto su fuerza como su carácter pudieron desarrollarse
acercándose cada vez más a la semejanza del carácter de Dios; pero,
qué triste fue su historia; se lo elevó a las más sagradas posiciones de
confianza, pero demostró ser infiel. En él crecieron la autosuficiencia,
el orgullo y la exaltación del yo. La codicia de poder político y
de autoexaltación lo indujeron a formar alianzas con las naciones
paganas. Tuvo que pagar un precio terrible por la plata de Tarsis y el
oro de Ofir, pues los procuró a expensas de su propia integridad y
la traición de cometidos sagrados. La asociación con los idólatras
corrompió su fe; un paso falso condujo a otro; se rompieron las
barreras que Dios había erigido para la seguridad de su pueblo; la
poligamia corrompió su vida; y por fin sucumbió a la adoración de
dioses falsos. Un carácter que había sido firme, puro y elevado, se
hizo débil y manchado por la ineficiencia moral.
No faltaron los consejeros perversos que hicieron desviar a su
antojo aquella mente, una vez noble e independiente, porque había
desechado a Dios como su guía y consejero. Su agudo discerni-
miento se embotó; cambió el espíritu considerado y concienzudo
de los años tempranos de su reinado. La gratificación propia llegó
a ser su dios; y, como resultado, su reinado se caracterizó por un
juicio severo y llegó a ser una cruel tiranía. Las extravagancias de su
complacencia egoísta exigieron el pago de impuestos agobiadores
de parte de los pobres. Después de ser el rey más sabio que jamás
ostentara un cetro, Salomón se transformó en un déspota. Como rey
había sido el ídolo de la nación, y se copiaban sus palabras y accio-
[209]
nes. Su ejemplo ejerció una influencia cuyos resultados se conocerán
totalmente sólo cuando las obras de todos pasen en revista delante
de Dios, y cada hombre sea juzgado por las acciones realizadas en
el cuerpo.