Página 225 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Las necesidades del sur
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conocer al Padre celestial, lleno de compasión y simpatía. Nunca os-
tenta el Evangelio un aspecto más hermoso que cuando se lo predica
en las regiones más necesitadas y destituidas. Es entonces cuando
su luz brilla con el resplandor más claro y la mayor intensidad. La
verdad de la Palabra de Dios penetra en la choza del campesino; los
rayos del sol de justicia alumbran la cabaña tosca de los pobres, tra-
yendo alegría a los enfermos y sufrientes. Los ángeles de Dios están
presentes, y la sencilla fe que se demuestra transforma el pedazo
de pan y el vaso de agua en un banquete. El Salvador que perdona
los pecados les da la bienvenida a los pobres e ignorantes, y les da
a comer del pan que desciende del cielo. Beben el agua de la vida.
Por medio de la fe y el perdón, los despreciados y abandonados son
elevados a la dignidad de, hijos e hijas de Dios. Habiendo sido levan-
tados por encima de este mundo, se sientan en los lugares celestiales
en Cristo. Pueden no poseer tesoros terrenales, pero han hallado la
Perla de gran precio.
¿Qué se puede hacer?
El problema que nos confronta es cómo llevar a cabo en mejor
forma la tarea en este campo difícil. Los largos años de abandono la
hacen mucho más difícil de lo que podría haber sido. Los obstáculos
se han estado acumulando.
Se podrían haber efectuado grandes progresos en la obra misio-
nera médica. Algunos sanatorios podrían haberse establecido. Se
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podrían haber proclamado los principios de la reforma pro salud.
Esta obra se debe realizar ahora. Y ni un solo vestigio de egoísmo
se debe mezclar con ella. Se la debe llevar a cabo con tanto ahínco,
perseverancia y devoción, que abra las puertas a la entrada de la
verdad, y en forma
permanente
.
Hay mucho que los miembros laicos pueden hacer en el Sur,
aunque sean personas de poca educación. Hay hombres, mujeres y
niños allí que deben aprender a leer. Estas pobres almas desfallecen
por falta del conocimiento de Dios,
Nuestro pueblo en el Sur no debe esperar la llegada de predica-
dores elocuentes y hombres de talento; ellos mismos deben llevar
adelante la obra que el Señor ha colocado delante de ellos, y hacer
lo mejor que puedan. El aceptará a hombres y mujeres humildes y