Página 249 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Tome tiempo para hablar con Dios
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a las impresiones del Espíritu Santo, y que el alma pueda recibir
nueva vitalidad mediante una fresca provisión de vida? El mismo
Cristo pasaba mucho tiempo en oración. Cada vez que tenía la
oportunidad se apartaba para hallarse a solas con Dios. Cada vez
que nos inclinamos delante de Dios en oración humilde, él coloca
sobre nuestros labios un carbón encendido de su altar, y los santifica
para la obra de llevar la verdad de la Biblia a la gente.
Se me ha instruido que diga a los que son obreros conmigo:
Si desean disfrutar de los ricos tesoros del cielo, deben cultivar la
comunión secreta con Dios. A menos que lo hagan, sus almas se
encontrarán tan destituidas del Espíritu Santo como lo estaban de
rocío y lluvia los cerros de Gilboa. Cuando corren de una cosa a
otra, cuando tienen tanto que hacer que no pueden tomar tiempo
para conversar con Dios, ¿cómo pueden pretender que haya poder
en su trabajo?
La razón por la cual muchos de nuestros ministros predican
discursos tediosos y sin vida es porque permiten que su tiempo y
atención se ocupen con una variedad de otras cosas de naturaleza
mundanal. A menos que experimentemos un crecimiento constante
en la gracia, nos faltarán palabras apropiadas para cada ocasión. Ten-
gan comunión con sus propios corazones, y luego ténganla con Dios.
A menos que lo hagan, sus esfuerzos serán estériles, el producto de
un apresuramiento y una confusión no santificados.
Pastores y maestros, permitan que su trabajo se caracterice por
la fragancia de una profunda gracia espiritual. No lo transformen en
algo ordinario mezclándolo con las cosas comunes. Avancen hacia
adelante y hacia arriba. Purifíquense de toda contaminación de la
carne y el espíritu, perfeccionando la santidad en el temor del Señor.
Necesitamos convertirnos diariamente. Nuestras oraciones de-
berían ser más fervientes; entonces serán más efectivas. Nuestra
confianza de que el Espíritu de Dios nos acompañará debería forta-
lecerse cada vez más, haciéndonos tan puros y santos, y tan rectos y
aromáticos como los cedros del Líbano.
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