Página 269 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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A los maestros de nuestras escuelas
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y su redención. Lleve el yugo de Cristo, aprendiendo diariamente de
él su mansedumbre y su humildad. El será su consuelo y reposo.
El poder de lo alto
Del mismo modo como a los discípulos se les concedió una ca-
pacitación divina, a saber el poder del Espíritu Santo, así también les
será concedido hoy a quienes lo buscan correctamente. Únicamen-
te este poder puede hacernos sabios para la salvación y volvernos
idóneos para las cortes de arriba. Cristo desea concedernos una ben-
dición que nos santificará. “Estas cosas os he hablado -dice él- para
que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”.
Juan
15:11
. El gozo que se experimenta en el Espíritu Santo es un regoci-
jo sanador y vivificador. Al concedernos su Espíritu, Dios se da a
sí mismo, transformándose él mismo en una fuente de influencias
divinas con el fin de dar salud y vida al mundo.
Así como Dios derrama tan liberalmente sus bendiciones sobre
ustedes, recuerden que lo hace para que puedan devolvérselas al
Dador, multiplicadas por haberlas impartido a otros. Traigan luz
y paz y regocijo a la vida de los demás. Cada día necesitamos la
disciplina de la humillación del yo, con el fin de prepararnos para
recibir el don celestial, no con el objeto de acumularlo, no para robar
a los hijos de Dios de sus bendiciones, sino para impartirlo a los
demás en toda la riqueza de su plenitud. ¿Cuándo necesitaremos
más que ahora un corazón abierto para recibir, pero sufriendo, por
así decirlo, por el ansia de impartir lo recibido?
Estamos moralmente obligados a sacar en abundancia de la
casa del tesoro del conocimiento divino. Dios desea que recibamos
mucho para que podamos impartir mucho. Desea que seamos canales
a través de los cuales él pueda impartir su gracia ricamente al mundo.
Que sus oraciones se caractericen por la sinceridad y la fe. El
Señor está dispuesto a hacer en nuestro favor “mucho más abundan-
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temente de lo que pedimos o entendemos”.
Efesios 3:20
. Hablen de
esto; oren acerca de ello. No conversen de incredulidad. No pode-
mos darnos el lujo de dejar que Satanás vea que tiene poder para
ensombrecer nuestro semblante y entristecer nuestras vidas.
Oren con fe. Y asegúrense de colocar sus vidas en armonía con
sus peticiones, de modo que puedan recibir las bendiciones que han