Página 28 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Una obra para los miembros de iglesia
Tenemos que proclamar al mundo un mensaje del Señor, un
mensaje que ha de ser dado en la rica plenitud del poder del Espíritu.
Nuestros ministros deben ver la necesidad de salvar a los perdidos
y dirigir llamamientos directos a los inconversos. “¿Por qué come
vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?” preguntaron los
fariseos a los discípulos de Cristo. Y el Salvador les respondió: “No
he venido a llamar justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”.
Mateo 9:11, 13
. Esta es la obra que él nos ha confiado. Y nunca
hubo tanta necesidad de hacerla como actualmente.
Dios no encomendó a sus ministros la obra de poner en orden
las iglesias. Parecería que apenas es hecha esa obra es necesario
hacerla de nuevo. Los miembros de iglesia en favor de los cuales
se trabaja con tanta atención, llegan a ser débiles en lo religioso. Si
las nueve décimas del esfuerzo hecho en favor de quienes conocen
la verdad se hubiesen dedicado a los que nunca oyeron la verdad,
¡cuánto mayor habría sido el progreso hecho! Dios nos ha privado
de sus bendiciones porque su pueblo no obró en armonía con sus
indicaciones.
Los que conocen la verdad se debilitan si nuestros ministros
les dedican el tiempo y el talento que debieran consagrar a los
inconversos. En muchas de nuestras congregaciones de las ciudades,
el ministro predica sábado tras sábado, y sábado tras sábado los
miembros de la iglesia vienen a la casa de Dios sin tener nada que
decir en cuanto a las bendiciones recibidas por haber impartido
bendiciones a otros. No han trabajado durante la semana para poner
en práctica la instrucción que se les dio el sábado. Mientras los
miembros de la iglesia no hagan esfuerzo para impartir a otros
la ayuda que ellos recibieron, habrá forzosamente gran debilidad
espiritual.
La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en
enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros.
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