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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
El poder del Evangelio reposará sobre los grupos suscitados y
los hará idóneos para servir. Algunos de los conversos quedarán de
tal manera henchidos del poder de Dios, que entrarán en seguida en
la obra. Trabajarán con tanta diligencia que no tendrán tiempo ni
disposición para debilitar las manos de sus hermanos con críticas
severas. Su único deseo será proclamar la verdad en las regiones
lejanas.
El Señor me ha presentado la obra que debe hacerse en nuestras
ciudades. Los creyentes que hay en ellas pueden trabajar para Dios
en el vecindario de sus casas. Deben hacerlo en silencio y con humil-
dad, acompañados siempre por la atmósfera del cielo. Si mantienen
al yo oculto y siempre dirigen la atención hacia Cristo, se sentirá el
poder de su influencia.
A medida que el que trabaja se entrega sin reserva al servicio
del Señor, adquiere una experiencia que le capacita para trabajar
cada vez con más éxito para el Maestro. La influencia que le atrajo a
Cristo le ayuda a llevar a otros a él. Tal vez no le toque nunca hablar
en público, pero no por eso es menos ministro de Dios; y su trabajo
testifica de que es nacido de Dios.
No es propósito del Señor que se deje a los ministros hacer la
mayor parte de la obra de sembrar las semillas de verdad. Hombres
que no han sido llamados al ministerio deben ser estimulados a
trabajar para el Maestro de acuerdo a sus diversas capacidades.
Centenares de hombres y mujeres que están ahora ociosos podrían
prestar un servicio aceptable. Proclamando la verdad en los hogares
de sus amigos y vecinos, podrían hacer una gran obra para el Maestro.
Dios no hace acepción de personas. El empleará a los cristianos
humildes y devotos, aun cuando no hayan recibido instrucción tan
cabal como la que recibieron algunos otros. Dedíquense los tales
a servirle trabajando de casa en casa. Sentados al lado del hogar,
pueden, si son humildes, discretos y piadosos, hacer más de lo que
podría hacer un ministro ordenado para satisfacer las necesidades
reales de las familias.
¿Por qué no sienten los creyentes una preocupación más profun-
da y ferviente por los que no están en Cristo? ¿Por qué no se reúnen
dos o tres para interceder con Dios por la salvación de alguna perso-
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na en especial, y luego por otra aún? Organícense nuestras iglesias
en grupos para servir. Unanse diferentes personas para trabajar como