Página 55 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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La responsabilidad de los esposos
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amor hacia Aquel que murió por vosotros? Si es así, vuestro amor
recíproco será conforme al orden celestial.
Vuestro afecto podrá ser tan claro como el cristal, arrobador en
su pureza, y sin embargo, podría ser superficial por no haber sido
probado. Dad a Cristo, en todas las cosas, el lugar primero, el último
y el mejor. Contempladle constantemente, y vuestro amor por él, en
la medida en que sea probado, se hará cada día más profundo y más
fuerte. Y a medida que crezca vuestro amor por él, vuestro amor
mutuo aumentará también en fuerza y profundidad. “Nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza”.
2
Corintios 3:18
.
Tenéis ahora deberes que cumplir que no existían para vosotros
antes de vuestro matrimonio. “Vestíos pues, como escogidos de
Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de
humildad, de mansedumbre, de paciencia”. Examinad con cuidado
las instrucciones siguientes: “Andad en amor, como también Cristo
nos amó... Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al
Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es
cabeza de la iglesia... Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así
también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a
vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella”
Colosenses 3:12
;
Efesios 5:2. 22-25
.
Él matrimonio, unión para toda la vida, es símbolo de la unión
de Cristo con su iglesia. El espíritu que Cristo manifiesta hacia su
iglesia es el mismo espíritu que debe reinar entre los esposos.
Ninguno de los dos debe tratar de dominar. El Señor ha presen-
tado los principios que deben guiarnos. El esposo debe amar a su
esposa como Cristo amó a la iglesia. La mujer debe respetar y amar
a su marido. Ambos deben cultivar un espíritu de bondad, y estar
bien resueltos a nunca perjudicarse ni afligirse el uno al otro.
Hermanos míos, ambos tenéis una voluntad fuerte. Podéis hacer
de ella una gran bendición o una gran maldición para vosotros y para
aquellos con quienes tengáis relaciones. No tratéis de constreñiros el
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uno al otro. No podéis obrar así y conservar vuestro amor recíproco.
Las manifestaciones de la propia voluntad destruyen la paz y la feli-
cidad de la familia. No dejéis penetrar el desacuerdo en vuestra vida
conyugal. De lo contrario seréis desdichados ambos. Sed amables