La extensión de la tarea
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alcance a todas las clases: a encumbrados y bajos, a ricos y pobres.
Cada dólar que se invierta en esta obra en el nombre de Cristo se
transformará en una bendición tanto para el dador como para la
humanidad sufriente.
El trabajo misionero médico es la mano derecha del Evangelio.
Es una necesidad para el avance de la causa de Dios. El poder sal-
vador de la verdad se hará evidente a medida que a través de esta
tarea los seres humanos sean guiados a descubrir la importancia que
tienen los hábitos correctos en la manera de vivir. Obreros entre-
nados para realizar un trabajo médico misionero debe establecerse
en cada ciudad. Puesto que los métodos divinos para el tratamiento
de las enfermedades constituyen la mano derecha del mensaje del
tercer ángel, abrirán las puertas para la entrada de la verdad presente.
En muchos países se deben hacer circular las publicaciones que
contienen el mensaje de la salud. Nuestros médicos de Europa y de
otras regiones deberían despertar a la necesidad de que hombres que
sepan lo que hagan escriban obras sobre salud que puedan alcanzar
a la gente con las instrucciones más esenciales y de un modo fácil
de entender.
El Señor concederá una oportunidad de colaborar con él a los
sanatorios cuya obra ya esté establecida, con el fin de ayudar al
establecimiento de otros centros. Cada nueva institución será con-
siderada una hermana para ayudar en la gran obra de proclamar el
mensaje del tercer ángel. A nuestros sanatorios Dios les ha dado la
oportunidad de iniciar una obra semejante a una piedra dotada de
vida que crece a medida que una mano invisible la hace rodar. Que
esta piedra mística se ponga en movimiento.
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El Señor me ha instruido con referencia a las personas que esta-
blecerán sanatorios en nuevos lugares en el futuro, para que comien-
cen su trabajo con humildad, consagrando todas sus habilidades a
su servicio. Los edificios que se construyan no han de ser grandes ni
costosos. Se deben establecer hospitales pequeños en conexión con
nuestras escuelas. Jóvenes y señoritas hábiles y consagrados debie-
ran reunirse en estos hospitales; que sean personas que se conduzcan
en el amor y el temor de Dios, jóvenes que, cuando estén listos para
graduarse, no consideren que ya saben todo lo que necesitan, sino
que estudiarán con diligencia las lecciones dadas por Cristo y las