En el campo
Mientras asistía a la reunión campestre de Los Ángeles, en agos-
to de 1901, en las visiones de la noche me hallaba presente en una
reunión de junta. Se estudiaba la cuestión del establecimiento de un
sanatorio en el Sur de California. Algunos sostenían que este sana-
torio debía construirse en la ciudad de Los Angeles y puntualizaron
las objeciones a establecerlo fuera de la ciudad. Otros presentaron
las ventajas de localizarlo en el campo.
Entre nosotros había Uno que presentó este asunto muy clara-
mente y con la mayor sencillez. Nos dijo que establecer el sanatorio
dentro de los límites de la ciudad sería un error. Un sanatorio debería
poseer la ventaja de tener tierras abundantes, para que los inválidos
puedan trabajar al aire libre. El trabajo al aire libre es de un valor
incalculable para los pacientes nerviosos, pesimistas y débiles. Al
usar el rastrillo, el azadón y la pala, hallarán alivio para muchos de
sus males. La inactividad es la causa de muchas enfermedades.
La vida al aire libre es buena para el cuerpo y la mente. Es la
medicina que Dios ha diseñado para la restauración de la salud.
El aire puro, el agua limpia, la luz del sol, y los hermosos parajes
naturales son sus medios para devolverle la salud al enfermo, en
armonía con la naturaleza. El acto de recostarse a la luz del sol o
bajo la sombra de los árboles es más valioso que la plata y el oro
para el enfermo.
En el campo nuestros sanatorios pueden estar rodeados de árbo-
les y flores, de huertos y viñedos. Aquí los médicos y las enfermeras
pueden sacar fácilmente de la naturaleza lecciones que enseñan acer-
ca de Dios. Conduzcan ellos a sus pacientes hacia Aquel cuya mano
creó los elevados árboles, el alfombrado pasto y las flores hermosas,
y anímenlos a ver en cada brote que surje y en cada capullo que se
abre una expresión del amor divino hacia sus hijos.
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