Página 121 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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El olvido
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¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No
fueron todos los que salieron de Egipto por mano de
Moisés!”.
Hebreos 3:12-16.
¿No podemos nosotros, que vivimos en el tiempo del fin, dar-
nos cuenta de la importancia de las palabras del apóstol: “Mirad,
hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo!”.
vers. 12
.
Sobre nosotros brilla la luz acumulada de los siglos pasados.
El registro del olvido de Israel ha sido preservado para nuestra
instrucción. En este siglo Dios se ha propuesto reunir un pueblo
para sí de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas. Dentro del
movimiento adventista, él ha obrado en favor de su heredad, así
como obró por los israelitas al sacarlos de Egipto. En el gran chasco
de 1844 la fe de su pueblo fue probada así como la de los hebreos al
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llegar al Mar Rojo. Si en los días tempranos los adventistas hubieran
mantenido su fe en la Mano guiadora que los había acompañado en
su experiencia pasada, habrían visto la salvación del Señor. Si todos
los que habían trabajado solidariamente en la obra de 1844 hubiesen
aceptado y proclamado el mensaje del tercer ángel bajo el poder del
Espíritu Santo, el Señor habría hecho grandes cosas mediante sus
esfuerzos. Una gran luz hubiera alumbrado el mundo. Hace años
que los habitantes del mundo habrían sido amonestados, la obra final
terminada, y Cristo venido para rescatar a su pueblo.
El mensaje para este tiempo
Se me han dado instrucciones de escribir palabras de advertencia
para nuestros hermanos y hermanas que están en peligro de perder
de vista la obra especial para este tiempo. El Señor nos ha hecho
depositarios de la sagrada verdad. Hemos de levantarnos y resplan-
decer. En todo país hemos de proclamar la segunda venida de Cristo,
proclamando, en las palabras del revelador: “He aquí que viene con
las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los
linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén”.
Apocalipsis
1:7
.