El valor de la prueba
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El peligro de la autosuficiencia
Estudie el sueño de Nabucodonosor registrado en el capítulo
cuatro de Daniel. El rey vio un árbol de hermoso follaje en medio
de la tierra. Las bestias del campo se ponían a su sombra, y las aves
del cielo hacían su morada en sus ramas. Así fueron representadas
la grandeza y la riqueza de Nabucodonosor. Las naciones estaban
bajo su soberano imperio y su reino estaba firmemente establecido
en el corazón de sus leales súbditos.
El rey contempló su prosperidad, y a causa de ella se enalteció.
No obstante las advertencias de Dios, hizo las mismas cosas que
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el Señor le había dicho que no hiciera. Contemplando su reino con
orgullo, declaró: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para
casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad!”
Daniel 4:30
. En el mismo instante que estas palabras fueron proferi-
das, la sentencia del tribunal fue pronunciada. El rey perdió el juicio.
La razón que él había considerado ser tan perfecta, la sabiduría que
él se había jactado de tener, le fueron arrebatadas. La mente, joya
que eleva al hombre por encima de las bestias, él ya no pudo retener.
El cetro ya no está en manos de un monarca altivo y poderoso. El
gran gobernante es un demente. Es apacentado como buey y come
hierba como los bueyes. Acompaña a las bestias del campo. Las
sienes que una vez lucieron una corona se encuentran desfiguradas
por la ausencia de la razón y el intelecto. Ha salido el mandato:
“Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad
su fruto”.
Daniel 4:14
.
Así es como el Señor se ensalza a sí mismo como el Dios ver-
dadero y viviente. Con razón exclamó David: “Vi yo al impío su-
mamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él
pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué, y no fue hallado”.
Salmos
37:35, 36
. Al ensalzarse los hombres con altivez, el Señor no los
sostiene ni evita su caída. Cuando una iglesia se vuelve orgullosa
y jactanciosa, y deja de depender de Dios, no exaltando su poder,
seguramente el Señor la abandonará y abatirá. Cuando un pueblo se
gloría en las riquezas, el intelecto, el conocimiento, o en cualquier
cosa que no sea Cristo, pronto será confundido.