Página 192 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
empresas e instituciones, perdiéndose de vista el mensaje que debe
ser proclamado al mundo.
Dios impresiona a hombres distintos para que sean sus colabora-
dores. Un hombre no está autorizado para echarse encima demasia-
das responsabilidades. Es la voluntad del Señor que el médico que
es responsable por tantas cosas esté unido tan de cerca con él que
su espíritu no se irrite por pequeñeces. El Señor quiere que usted
sea uno de los obreros más eficientes de toda la profesión médica,
que no descuide nada, que no malogre nada, y que sepa que tiene
un Consejero a su lado para sostenerlo y guiarlo, para impartirle
serenidad y calma a su espíritu. Una mente febril y un espíritu de
incertidumbre le roban destreza a la mano. El toque de Cristo sobre
la mano del médico, le imparte vitalidad, quietud, confianza y poder.
Le escribo como una madre a su hijo. Si me fuera posible, le
ayudaría. Los visitaría si sintiera que es mi deber abandonar la obra
aquí en Australia, pero no me atrevo a hacerlo. Usted ha suscitado
la expectación y forjado planes sin considerar debidamente cómo
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va a terminarse la torre. Como persona que sabe, como alguien a
quien se le ha permitido ver los resultados de la obra que usted ha
escogido hacer, le advierto que se detenga y reflexione. Dios conoce
su condición. Se acuerda de que es polvo. Ciertamente, necesitará el
consejo, no sólo de parte de aquellos que lo han animado a seguir
adelante con el trabajo que considera ser tan importante, sino tam-
bién el consejo de hombres que hoy son capaces de ver con mayor
claridad que usted los resultados que seguirán a ciertas empresas.
No ignore ni considere de poca importancia las advertencias
que todavía usted no alcanza a comprender. Si acata los mensajes
de advertencia que le han sido enviados, se salvará de una gran
tribulación.
* * * * *
Extracto de una carta escrita en 1899 desde Wellington, Nueva
Zelanda
No hemos de permitir que nuestras perplejidades y decepciones
nos carcoman el alma y nos tomen quejosos e impacientes. Que
no haya contiendas, ni malos pensamientos ni palabras torpes, para
que no ofendamos a Dios. Hermano mío, si abre su corazón a la