Página 208 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
celestial. Vino a dar testimonio de que los seres humanos caídos,
por medio de la fe en su poder y la eficacia del Hijo de Dios, pueden
ser participantes de la naturaleza divina. Sólo él podría expiar el
pecado y abrirle las puertas del paraíso a la raza caída. Asumió,
no la naturaleza de los ángeles, sino la naturaleza humana, y vivió
una vida libre de pecado en este mundo. “Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. “Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios...”
Juan 1:14, 12
.
Por su vida y muerte Cristo enseñó que sólo obedeciendo los
mandamientos de Dios podrá el hombre encontrar la seguridad y la
verdadera grandeza. “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el
alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo”.
Salmos 19:7
. La ley de Dios es un trasunto de su carácter. Fue dada
al hombre en el principio como la norma de la obediencia. En los
siglos subsiguientes, se perdió de vista esta ley. Centenares de años
después del diluvio, Abraham fue llamado, y le fue dada a él la
promesa de que sus descendientes exaltarían la ley de Dios. Con el
correr del tiempo, los israelitas fueron a Egipto, donde por muchos
años soportaron una gravosa opresión a manos de los egipcios.
Después de haber vivido en esclavitud durante cuatrocientos años,
Dios los liberó por medio de una grandiosa manifestación de su
poder. Se reveló a los egipcios como el Regidor del universo, uno
que era mayor que todas las deidades paganas.
Sobre el monte Sinaí la ley fue dada por segunda vez. Con
pavorosa majestad el Señor pronunció sus preceptos y con su propio
dedo grabó el decálogo sobre tablas de piedra.
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Atravesando los siglos, encontramos que llegó el tiempo cuando
la ley de Dios debería revelarse de una manera inconfundible como
la norma de la obediencia, Cristo vino para vindicar las sagradas
exigencias de la ley. Vino a vivir una vida de obediencia a sus
requerimientos y así probar la falsedad de la acusación hecha por
Satanás de que es imposible para el hombre guardar la ley de Dios.
Como hombre, encaró la tentación y venció en el poder que Dios
le dio. Al andar haciendo el bien, sanando a todos los que eran
afligidos por Satanás, hizo claro a los hombres el carácter de su ley