Página 209 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Cristo, nuestro ejemplo
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y la naturaleza de su servicio. Su vida atestigua que es posible que
nosotros también obedezcamos la ley de Dios.
Cristo nunca se desvió de su lealtad a los principios de la ley
divina. Nunca hizo nada contrario a la voluntad de su Padre. Ante
ángeles, hombres y demonios hablaba palabras que, si hubieran
brotado de otros labios, habrían sido consideradas como blasfemia:
“Yo hago siempre lo que le agrada”.
Juan 8:29
. Día tras día por
espacio de tres años sus enemigos lo persiguieron con la intención de
encontrar alguna mancha en su carácter. Con toda su confederación
maligna, Satanás procuró vencerlo; pero no encontraron nada en
él por lo cual pudieran ganar ventaja. Aun los demonios se vieron
obligados a confesar: Tú eres “el Santo de Dios”.
Marcos 1:24
.
La abnegación
¿Qué lenguaje pudo expresar con tanta fuerza el amor de Dios
por la familia humana como lo hizo la entrega de su Hijo unigénito
para nuestra redención? El Inocente recibió el castigo de un culpable.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar
al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él
cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
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porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Juan
3:16-18
.
Cristo se entregó en sacrificio expiador para salvar a un mundo
perdido. Fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros
seamos tratados como él merece, Fue condenado por nuestros pe-
cados, de los cuales él no participaba, para que nosotros fuésemos
justificados por su justicia, de la cual no participábamos. Sufrió la
muerte que nos tocaba a nosotros, para que nosotros recibiéramos la
vida que a él le pertenecía. “Por su llaga fuimos nosotros curados”.
Isaías 53:5
.
Cristo fue tentado en todo punto como nosotros por aquel que
en un tiempo estuvo lealmente a su lado en los atrios celestiales.
Ved al Hijo de Dios en el desierto de la tentación, en el momento de
su mayor debilidad, asaltado por las tentaciones más fieras. Vedlo
durante los años de su ministerio, atacado por todas partes por las