Página 224 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
aprovechar la menor oportunidad para presionar a hombres y mu-
jeres jóvenes a que le presten servicio. Inventará muchos engaños
atractivos para desviarlos. Debemos considerar cuidadosamente las
palabras de advertencia escritas por el apóstol Pablo:
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión
la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O
qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre
el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del
Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré
su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de
ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os
recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso”.
2 Corintios 6:14-18
.
Me ha sido dada luz especial concerniente a la razón por la cual
podemos lograr mucho más por el Maestro estableciendo numerosos
sanatorios pequeños que por la edificación de unas pocas institu-
ciones médicas. En las instituciones grandes se recluirían muchos
que no están muy enfermos, pero quienes, como turistas, buscan el
descanso y el placer. Éstos tendrían que ser atendidos por enferme-
ras y auxiliares. Hombres y mujeres jóvenes, que desde temprana
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edad han sido protegidos contra la asociación con los mundanos,
serían puestos en contacto con personas mundanas de todas clases,
y en mayor o menor grado se verían influenciados por lo que ven
y oyen. Se contagiarían con aquellos con quienes se relacionan, y
perderían con eso la sencillez y la modestia que padres cristianos
han defendido y atesorado por medio de la instrucción cuidadosa y
la oración ferviente.
Estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días.
Es necesario que se efectúen declaraciones definidas y enfáticas para
advertirle al pueblo el peligro de permitir que niños que necesitan el
cuidado y la instrucción de los padres dejen sus hogares para irse a
lugares donde se tienen que codear con personas mundanas amantes
del placer e irreligiosas.
En muchos hogares el padre y la madre han permitido que los
niños sean los que gobiernan. Tales niños están en un peligro aún
mayor cuando entran en contacto con influencias opuestas a la pie-
dad que los que han aprendido a obedecer. No habiendo recibido el