Página 238 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos”.
Juan 17:20-26
.
El propósito de Dios es que sus hijos se fusionen en la unidad.
¿No es vuestra esperanza vivir juntos en el mismo cielo? ¿Está Cristo
dividido contra sí mismo? ¿Dará el éxito a sus hijos antes que hayan
apartado de su medio toda discordia y toda crítica, antes que los
obreros, en una perfecta unidad de intención, hayan consagrado sus
corazones, sus pensamientos y sus fuerzas a una obra tan santa a la
vista de Dios? La unión hace la fuerza. La desunión causa debilidad.
Trabajando juntos y con armonía por la salvación de los hombres,
debemos ser en verdad “colaboradores de Dios”.
1 Corintios 3:9
. Los
que se niegan a trabajar en armonía con los demás deshonran a Dios.
El enemigo de las almas se regocija cuando ve a ciertos hermanos
contrariándose unos a otros en su trabajo. Los tales necesitan cultivar
el amor fraternal y ternura en su corazón. Si pudiesen apartar el velo
que cubre el porvenir y percibir las consecuencias de su desunión,
ciertamente se arrepentirían.
El mundo mira con satisfacción la desunión de los cristianos.
Los incrédulos se regocijan. Dios desea que se realice un cambio en
su pueblo. La unión con Cristo y los unos con los otros constituye
nuestra única seguridad en estos últimos días. No dejemos a Satanás
la posibilidad de señalar con el dedo a los miembros de nuestra
iglesia, diciendo: “Mirad cómo éstos, que se hallan bajo el estandarte
de Cristo, se aborrecen unos a otros. Nada necesitamos temer de
ellos, puesto que gastan más energías luchando unos contra otros
que combatiendo a mis fuerzas”.
Después del derramamiento del Espíritu Santo, los discípulos
salieron para proclamar al Salvador resucitado, poseídos del único
deseo de salvar almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión
con los santos. Eran afectuosos, atentos, abnegados, dispuestos a
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hacer cualquier sacrificio en favor de la verdad. En sus relaciones
cotidianas unos con otros, manifestaban el amor que Cristo les había
ordenado revelar al mundo. Por sus palabras y sus acciones desinte-
resadas, se esforzaban por encender este amor en otros corazones.
Los creyentes debían continuar cultivando el amor que llenaba
el corazón de los apóstoles después del derramamiento del Espíritu
Santo. Debían proseguir adelante y obedecer gustosos al nuevo man-
damiento: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que