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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
humillante que el hombre tiene que aprender es la de su propia in-
eficiencia al depender de la sabiduría humana, y el fracaso seguro
de sus esfuerzos por leer correctamente la naturaleza. Por sí mismo
no puede interpretar la naturaleza sin ponerla por encima de Dios.
Se encuentra en un estado parecido al de los atenienses, quienes,
en medio de sus altares dedicados al culto de la naturaleza, tenían
uno que decía: “Al Dios no conocido”. Ciertamente Dios era des-
conocido para ellos. Es desconocido para todos aquellos quienes,
faltándoles la dirección del divino Maestro, se dedican al estudio de
la naturaleza. Con toda seguridad llegarán a conclusiones erróneas.
En su sabiduría humana el mundo no conoce a Dios. Sus hombres
sabios acumulan un conocimiento imperfecto acerca de él por sus
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obras creadas; pero este conocimiento, lejos de brindarles conceptos
elevados acerca de Dios, lejos de ennoblecer la mente y el espíritu y
de conformar el ser entero con su divina voluntad, más bien tiende a
hacer idólatras a los hombres. En su ceguedad exaltan la naturaleza
y las leyes de la misma por encima del Dios de la naturaleza.
Dios ha permitido que un torrente de luz sea derramado sobre el
mundo por medio de los descubrimientos de la ciencia y las artes;
pero cuando supuestos hombres de ciencia discurren sobre estos
temas desde un punto de vista meramente humano, de seguro errarán.
Las mentes más sobresalientes, si no son guiadas por la Palabra de
Dios, quedan desconcertadas en sus intentos de investigar la relación
entre la ciencia y la revelación. El Creador y sus obras están más
allá de su entendimiento; y por qué ellas no pueden ser explicadas
por las leyes naturales, declaran que la historia bíblica no es digna
de fe.
Aquellos que cuestionan la veracidad del registro bíblico han
abandonado su ancla y han quedado golpeándose contra las rocas de
la incredulidad. Cuando se dan cuenta de que son incapaces de medir
al Creador y sus obras por sus propios conocimientos imperfectos
de la ciencia, entonces dudan de la existencia de Dios y le atribuyen
poderes infinitos a la naturaleza.
En la ciencia verdadera no puede haber nada que sea contrario
a la Palabra de Dios porque ambas tienen el mismo Autor. Un
entendimiento correcto de ambas siempre confirmará que están en
armonía la una con la otra. La verdad, bien sea en la naturaleza
o en la revelación, está en armonía consigo misma en todas sus