Página 312 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
ahora la espada del Señor para que corte hasta el alma misma y los
tuétanos, la concupiscencia de la carne, los apetitos y las pasiones.
Las mentes que se han abandonado al pensamiento inmoral nece-
sitan cambiar. “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento,
sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá
cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os
conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra igno-
rancia, sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed
santos, porque yo soy santo”.
1 Pedro 1:13-16
. Los pensamientos
se deben fijar en Dios. Ahora es el tiempo de esforzamos ferviente-
mente para vencer las tendencias naturales del corazón carnal.
Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación, nuestra perseverancia,
deben ser proporcionales al valor infinito del objeto que perseguimos.
Sólo venciendo como Cristo venció obtendremos la corona de la
vida.
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La necesidad de la abnegación
El mayor peligro del hombre es el engaño propio, el agrado de
la autosuficiencia, lo cual lo separa de Dios, la fuente de su poder.
Nuestras tendencias naturales, a menos que sean corregidas por el
Espíritu Santo de Dios, llevan dentro de ellas las semillas de la
muerte moral. A no ser que tengamos una conexión vital con Dios,
no podremos resistir los efectos no consagrados del amor propio, la
complacencia propia y la tentación a pecar.
Para recibir la ayuda de Cristo, tenemos que darnos cuenta de
nuestra necesidad. Debemos tener un conocimiento verdadero de
nosotros mismos. Cristo puede salvar sólo a aquel que se reconoce
como pecador. Únicamente al ver nuestra completa impotencia y al
abandonar toda confianza en nosotros mismos podremos asirnos del
poder divino.
No es solamente al comienzo de nuestra vida cristiana que hemos
de renunciar al yo. A cada paso que demos hacia adelante debemos
hacerlo de nuevo. Todas nuestras buenas obras dependen de un
poder extraño a nosotros mismos; por lo tanto, es necesario que
constantemente nuestro corazón busque a Dios, y que constante y
fervientemente confesemos nuestros pecados y humillemos nuestra