324
Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
arrogante y endurecido por el pecado tembló al escuchar la llamada
al arrepentimiento.
En esta era, poco antes de la Segunda Venida de Cristo en las
nubes de los cielos, ha de hacerse una obra tal como la de Juan el
Bautista. Dios busca a hombres que preparen a un pueblo que esté
firme en el gran día del Señor. El mensaje que precedió al ministerio
público de Cristo fue: “Arrepentíos, publicanos y pecadores; arrepen-
tíos, fariseos y saduceos; arrepentíos, porque el reino de los cielos
se ha acercado”.
Mateo 4:17
. Como pueblo que cree en el pronto
advenimiento de Cristo, tenemos un mensaje que dar: “Prepárate
para venir al encuentro de tu Dios”.
Amós 4:12
. Nuestro mensaje
ha de ser tan directo como lo fue el de Juan. Reprendió a reyes por
su iniquidad. A pesar de que su vida estaba en peligro, no se detuvo
[348]
en declarar la Palabra de Dios. Y nuestra obra en esta era ha de ser
hecha con igual fidelidad.
Para poder dar un mensaje como el que dio Juan, debemos tener
una experiencia espiritual como la suya. La misma obra debe reali-
zarse en nosotros. Debemos contemplar a Dios, y al contemplarlo,
perderemos de vista el yo.
Juan por naturaleza padecía de las mismas faltas y debilidades
comunes a la humanidad; pero el toque del amor divino lo había
transformado. Al haber comenzado el ministerio de Cristo, los dis-
cípulos de Juan vinieron donde él con la queja de que todos los
hombres seguían al nuevo Maestro, pero Juan demostró cuán plena-
mente comprendía su relación con el Mesías, y cuán alegremente le
extendía la bienvenida a Aquel cuyo camino él había preparado.
“No puede el hombre recibir nada -declaró- si no le fuere dado
del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy
el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa,
es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se
goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está
cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”.
Juan
3:27-30
.
Mirando con fe al Redentor, Juan había alcanzado la cumbre de
la abnegación. Se interesaba, no en atraer a los hombres a sí mismo,
sino en elevar sus pensamientos más y más, hasta que descansaran
en el Cordero de Dios. Él mismo había sido sólo una voz, un clamor