Página 37 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Nuestra responsabilidad
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¡Oh, si hubiera cristianos consagrados, firmeza semejante a la de
Cristo, fe que obra mediante el amor y purifica el alma! Que Dios
nos ayude a arrepentirnos y a cambiar nuestros pasos lentos por una
acción consagrada. Que Dios nos ayude a manifestar la carga de las
almas que perecen, tanto mediante nuestras palabras como por la
obra que hacemos nuestra.
Demos gracias cada momento por la paciencia de Dios hacia
nuestras acciones tardías e incrédulas. En lugar de lisonjearnos pen-
sando en lo que hemos logrado, después de haber hecho tan poco,
debemos laborar con más empeño aún. No dejemos de esforzar-
nos ni bajemos nuestra guardia. Jamás debe disminuir nuestro celo.
Nuestra vida espiritual necesita revitalizarse a diario en el río que
alegra la ciudad de nuestro Dios. Siempre debemos buscar oportuni-
dades en que podamos emplear para Dios los talentos que él nos ha
proporcionado.
* * * * *
El mundo es un teatro; los actores “sus habitantes” se están
preparando para desempeñar su parte en el gran drama final. Las
grandes masas humanas carecen de unidad, excepto cuando los
hombres se confederan con fines egoístas. Dios está observando.
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Sus propósitos concernientes a sus súbditos rebeldes se han de
cumplir. El mundo no ha sido puesto al cuidado de los hombres, a
pesar de que Dios está permitiendo que los elementos de confusión
y desorden dominen por una temporada. Un poder inferior está
obrando para llevar a cabo las grandes escenas del drama: la venida
de Satanás como si fuera Cristo, y su actuación con todo el engaño de
la injusticia en aquellos que se están uniendo en sociedades secretas.
Los que ceden a la pasión de una confederación están desarrollando
los planes del enemigo. El efecto seguirá a la causa.
La transgresión casi ha alcanzado su límite. El mundo está lleno
de confusión, y un gran terror ha de venir pronto sobre los seres
humanos. El fin está muy cerca. Nosotros que conocemos la verdad
debemos estar preparándonos para lo que pronto ha de irrumpir
sobre el mundo en forma de una abrumadora sorpresa.
Juan escribió: “Y vi un trono blanco y al que estaba sentado en
él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se