Página 70 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
tudio común fueran demasiado preciosas como para cederlas y dar
oportunidad a que obrara el Mensajero celestial?
Si habéis de alguna manera limitado o rechazado al Espíritu San-
to, os ruego que os arrepintáis lo más pronto posible. Si algunos de
nuestros maestros no han abierto la puerta de su corazón al Espíritu
de Dios, antes la han cerrado con candado, os ruego que la abráis y
oréis con fervor: “Conmigo sé”. Cuando el Espíritu Santo manifieste
su presencia en vuestra aula, decid a los estudiantes: “El Señor nos
indica que él tiene una lección importante proveniente del cielo, de
más valor que nuestras lecciones comunes y corrientes. Estemos
atentos; inclinemos nuestros rostros ante Dios y busquémosle de
todo corazón”.
Permitidme deciros lo que yo sé de este Huésped divino. El Es-
píritu Santo se movía sobre la juventud durante las horas de escuela;
pero algunos corazones estaban tan fríos y oscuros que no tenían
ningún deseo de recibir la presencia del Espíritu, y la luz de Dios
se retiró. El Visitante celestial habría abierto todo entendimiento,
dado sabiduría y conocimiento en todas las ramas de estudio que
pudieran emplearse para la gloria de Dios. El Mensajero del Señor
vino para convencer de pecado y para suavizar corazones endureci-
dos por haber estado largo tiempo separados de Dios. Vino a revelar
el gran amor con que Dios ha amado a esa juventud. Ellos son pa-
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trimonio de Dios, y los educadores necesitan recibir “la enseñanza
superior” antes que puedan estar calificados para ser maestros y
guías de jóvenes.
El maestro podrá entender muchas cosas concernientes al uni-
verso físico; podrá saber todo en cuanto a la anatomía de los seres
vivientes, las invenciones de las artes mecánicas, los descubrimien-
tos de las ciencias naturales; pero no puede llamarse educado a
menos que tenga un conocimiento del solo Dios verdadero y de
Jesucristo a quien ha enviado. Un principio de origen divino debe
compenetrar nuestra conducta y unirnos a Dios. Esto de ninguna
manera será un estorbo para el estudio de la verdadera ciencia. El
temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el hombre que
accede a ser amoldado y formado a la semejanza divina constituye
el más noble espécimen de la obra de Dios. Todos los que viven en
comunión con su Creador tendrán un conocimiento de su plan en su
propia creación, y se darán cuenta de que Dios los hace responsables