Página 72 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 8 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8
Dice Pablo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcan-
zado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás,
y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Filipenses 3:13,
14
.
Esta es la voluntad Dios para con los seres humanos; a saber, su
santificación. Al abrirnos camino hacia arriba, hacia el cielo, todas
las facultades han de mantenerse en las condiciones más saludables,
listas para rendir un servicio fiel. Las facultades con las cuales Dios
ha dotado al hombre han de ejercitarse hasta el máximo. “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti
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mismo”.
Lucas 10:27
. El hombre no puede hacer esto por sí mismo;
necesita la ayuda divina. ¿Qué parte le toca hacer al agente humano?:
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es
el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena
voluntad”.
Filipenses 2:12, 13
.
Sin la intervención divina, el hombre sería incapaz de lograr nada
bueno. Dios pide que todo hombre se arrepienta; sin embargo, el
hombre ni siquiera puede arrepentirse a menos que el Espíritu Santo
obre en su corazón. Pero el Señor no quiere que ningún hombre
espere hasta creer que se ha arrepentido antes de dar sus pasos hacia
Jesús. El Salvador está continuamente atrayendo a los hombres hacia
el arrepentimiento; todo lo que tienen que hacer es dejarse atraer, y
su corazón se derramará en arrepentimiento.
Al hombre se le ha destinado una parte en esta gran lucha por la
vida eterna; debe responder a la obra del Espíritu Santo. Para ello
será necesario que haya una lucha con el fin de escapar de en medio
de los poderes de las tinieblas, y el Espíritu Santo obra en él para que
lo logre. Pero el hombre no es un ser pasivo que ha de salvarse en
la indolencia. A él se le exige esforzar todos sus músculos y ejercer
todas sus facultades en su lucha por la inmortalidad; no obstante,
es Dios el que concede esta eficacia. Ningún ser humano se salvará
en la indolencia. El Señor nos ordena: “Esforzaos a entrar por la
puerta angosta, porque os digo que muchos procurarán entrar, y no
podrán”. “Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es