Página 100 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
a esa gente que está a punto de perecer sin haber sido advertida ni
salvada. El Señor desea que nuestra luz brille de tal manera delante
de los hombres, que su Espíritu Santo pueda comunicar la verdad a
los corazones sinceros que buscan a Dios.
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Al hacer esta obra, veremos los recursos entrar en nuestras arcas,
y tendremos suficientes fondos para dar a nuestra obra una expansión
mayor. Entonces serán traídas a la verdad personas ricas que estarán
dispuestas a dar de sus recursos para el adelantamiento de la obra de
Dios. Se me ha indicado que hay grandes riquezas en las ciudades
donde aún no se ha trabajado. Dios tiene allí personas interesadas.
Id a buscarlas; enseñadles como Cristo enseñaba; dadles la verdad.
La aceptarán. Y tan seguramente como que se convertirán almas
sinceras, consagrarán sus riquezas al servicio del Señor y veremos
un aumento de recursos.
¡Ojalá pudiésemos ver las necesidades de esas ciudades como
Dios las ve! En un tiempo como éste, cada mano debe encontrar
ocupación. ¡El Señor viene; el fin se acerca; sí, se aproxima apre-
suradamente! Dentro de poco, no podremos trabajar tan libremente
como ahora. Escenas terribles nos esperan y debemos hacer con
apresuramiento lo que nos falta.
Un motivo para servir
En el transcurso de una de las últimas noches, fui despertada
de mi sueño y vi los padecimientos que Cristo tuvo que soportar
en favor de los hombres. Su sacrificio, las burlas y los insultos que
recibió de parte de los malvados, su agonía en Getsemaní, la traición
y la crucifixión: todo esto me fue mostrado vívidamente.
Vi a Cristo en medio de un gran concurso de gente. Procuraba
grabar sus enseñanzas en las mentes. Pero era menospreciado y
rechazado. Los hombres le abrumaban de injurias e ignominia. Este
espectáculo me produjo gran angustia. Rogué así a Dios: “¿Qué le
sucederá a esta congregación? ¿Será posible que en la muchedumbre
nadie renuncie a la elevada opinión que tiene de sí mismo para
buscar al Señor como un niño? ¿Ninguno quebrantará su corazón
delante de Dios por medio del arrepentimiento y la confesión?”
Luego vi la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, cuando
la copa misteriosa temblaba en la mano del Redentor. Rogó: “Pa-