Página 102 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
de Dios si no estamos dispuestos a realizar verdaderos sacrificios
para salvar a las almas que están por perecer?
Cada uno de nosotros tiene una obra individual que cumplir. Yo
sé que son muchos los que se colocan en la debida relación con
Cristo y sólo piensan en presentar al mundo el mensaje de la verdad
presente. Siempre están dispuestos a ofrecer sus servicios. Pero mi
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corazón se entristece cuando veo a tantos que se contentan con una
vida cristiana empobrecida, y que apenas requiere débiles esfuerzos
de su parte. Por sus vidas declaran que para ellos Cristo murió en
vano.
Si no consideráis como honroso participar de los sufrimientos de
Cristo, si vuestro corazón no se siente oprimido con el pensamiento
de las almas que van a perecer, si no estáis dispuestos a realizar sacri-
ficios con el fin de ahorrar dinero que la obra necesita, no habrá lugar
para vosotros en el reino de Dios. A cada paso necesitamos partici-
par de los sufrimientos de Cristo y de su abnegación. El espíritu de
Dios debe descansar sobre nosotros y conducirnos constantemente
por el camino del sacrificio.
Preparaos
“Y he aquí, yo vengo presto, -dice el Señor-, y mi galardón
conmigo, para recompensar a cada uno según fuese su obra”.
Apo-
calipsis 22:12
. A su venida, él examinará cada talento, y exigirá los
intereses de los capitales que nos confiara. Por su propia humillación
y agonía, por su vida de trabajo y su muerte ignominiosa, Jesús pagó
ya los servicios de quienquiera que lleve su nombre y profese ser
su siervo. Cada uno tiene el deber solemne de emplear todas sus
facultades para ganar almas para él. “No sois vuestros -dice él—.
Porque comprados sois por precio”.
1 Corintios 6:19, 20
. Glorificad,
pues, a Dios por una vida de servicio que hará pasar a los hombres y
mujeres del pecado a la justicia. Hemos sido comprados al precio de
la vida de Cristo, para que mediante un servicio fiel, devolvamos a
Dios lo que le pertenece.
No tenemos tiempo ahora para dedicar nuestras energías y ta-
lentos a empresas mundanales. ¿Nos preocuparemos tanto de servir
al mundo y a nosotros mismos que perdamos la vida eterna y la
imperecedera felicidad de los cielos? No, no podemos consentir en