Página 110 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
la palabra y la doctrina, Dios los arme con los mensajes de verdad
más claros. Si sus obreros presentan estos mensajes con sencillez,
seguridad y autoridad, el Señor trabajará con ellos.
No hay que descuidar a las clases acomodadas
Los siervos de Cristo debieran trabajar fielmente por la gente rica
de nuestras ciudades, lo mismo que por los pobres y los humildes.
Hay muchas personas ricas, susceptibles a las influencias e impre-
siones del mensaje evangélico, que serán inducidas por el Espíritu
de Dios a abrir puertas para el progreso del Evangelio, cuando se les
presente la Biblia y solamente la Biblia como expositora de la fe y
la práctica cristianas. Manifestarán una fe viva en la Palabra de Dios
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y emplearán los recursos a ellos confiados para preparar el camino
del Señor y enderezar camino en el desierto para nuestro Dios.
Durante años hemos tenido que hacer frente a esta situación
angustiosa: ¿Cómo podremos reunir fondos en cantidad adecuada
para sostener las misiones que el Señor ha abierto ante nosotros?
Leemos los claros mandamientos del Evangelio; y las misiones, tanto
en los Estados Unidos como en los países extranjeros, presentan sus
necesidades. Las recomendaciones, sí, las revelaciones positivas de
la Providencia, se unen para instamos a llevar a cabo rápidamente
la obra que está esperando que alguien la haga. El Señor desea
que se conviertan personas ricas para que actúen como sus manos
ayudadoras en la obra de alcanzar a la gente. Desea que los que
pueden ayudar en la obra de reforma y restauración, vean la preciosa
luz de la verdad y sean transformados en su carácter y sean guiados
para que empleen el capital que se les ha confiado en el servicio
de Dios. El desea que inviertan los recursos que les ha confiado en
hacer el bien, en abrir el camino para que el Evangelio se predique a
todas las clases sociales cerca y lejos.
¿No será apreciado el cielo por los hombres sabios del mundo?
Oh, sí; entonces encontrarán reposo y paz de todo afán, ambición y
acciones egoístas. Instadlos a que busquen la paz, la felicidad y el
gozo que Cristo anhela derramar sobre ellos. Instadlos a que se es-
fuercen por asegurarse el don más precioso que pueda concederse a
un mortal: el vestido de la justicia de Cristo. Cristo les ofrece una vi-
da que se mide con la vida de Dios, y “un excelente y eterno peso de