Página 112 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
una campaña de éxito. Cuenta con el servicio leal e incansable de
todos los hombres que componen su ejército. La responsabilidad
descansa mayormente sobre los hombres que integran las filas.
Lo mismo sucede en el ejército del Príncipe Emanuel. Nuestro
General, quien jamás ha perdido una batalla, espera un servicio fiel
y voluntario de todos los que se han alistado bajo su estandarte. En
el conflicto final que actualmente se libra entre las fuerzas del bien
y las huestes del malo, él espera que todos, laicos y ministros, hagan
su parte. Todos los que se han alistado como sus soldados deben
prestarle servicio fiel, con un agudo sentido de su responsabilidad
individual.
Los que tienen a su cargo la responsabilidad de velar por la salud
espiritual de la iglesia, debieran inventar medios y recursos a fin de
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dar a cada miembro de la iglesia la oportunidad de realizar una parte
en la obra de Dios. No se ha hecho esto en el pasado con mucha
frecuencia. No se han trazado planes definidos para utilizar en el
servicio activo los talentos de todos. Hay tan sólo pocas personas
que comprenden cuánto se ha perdido a causa de esto.
Los dirigentes de la causa de Dios, como sabios generales, deben
trazar planes para llevar a cabo acciones de avanzada a lo largo de
toda la línea. En sus planes deben tomar en cuenta especialmente la
obra que los laicos pueden llevar a cabo en beneficio de sus amigos
y vecinos. La obra de Dios en este mundo no podrá terminarse hasta
que los hombres y las mujeres que componen la feligresía de nuestra
iglesia se interesen en la obra y unan sus esfuerzos con los de los
ministros y dirigentes de la iglesia.
La salvación de los pecadores requiere trabajo personal decidido.
Tenemos que presentarles la palabra de vida sin esperar que ellos
vengan a nosotros. ¡Quisiera poder hablar a hombres y mujeres pa-
labras que los despierten a la acción diligente! Los momentos que
ahora se nos han concedido son escasos. Nos encontramos en el um-
bral mismo del mundo eterno. No tenemos tiempo que perder. Cada
momento es de oro y demasiado valioso para dedicarlo únicamente a
nuestro servicio personal. ¿Quiénes buscarán fervientemente a Dios
para obtener de él poder y gracia para ser sus obreros fieles en el
campo misionero?