Llamamiento a los miembros de la iglesia
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que en comarcas lejanas necesitan vuestra ayuda. Preparad vuestras
lámparas y tenedlas encendidas; para que en todas partes donde
andéis podáis derramar preciosos rayos de luz por medio de vuestras
palabras y acciones.
Si nos consagramos al servicio del Señor, él nos mostrará lo
que debemos hacer. Si entramos en relaciones más estrechas con
Dios, él obrará con nosotros. No nos dejemos dominar por el yo
y por nuestros intereses hasta el punto de olvidarnos de aquellos
que suben la escalera de la experiencia cristiana y que necesitan
nuestra ayuda. Debemos estar listos para emplear en la obra del
Señor las capacidades que nos ha dado y para decir, a tiempo y fuera
de tiempo, palabras que ayuden y hagan bien.
Hermanos y hermanas, ¿estamos considerando las necesidades
de las grandes ciudades del Este [de los Estados Unidos]? ¿Acaso
no sabemos que tienen que ser amonestadas acerca de la próxima
venida de Cristo? La obra que tenemos que hacer es admirablemente
grandiosa. Hay un mundo que salvar; hay almas por las cuales traba-
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jar en las ciudades del Este, en los Estados en los que el mensaje de
la venida de nuestro Señor se predicó por primera vez. ¿Quiénes se
dedicarán a llevar a cabo este ramo de la obra misionera? Se cuentan
por centenares los miembros que debieran estar en el campo y que
nada o muy poco hacen para el adelantamiento del mensaje. Las
almas que nunca han oído el último mensaje evangélico constituyen
una pesada responsabilidad para los que han tenido todas las venta-
jas que significa conocer la verdad, que han sido instruidos renglón
tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y otro poco allá.
Si en este tiempo favorable los creyentes se presentan con humil-
dad delante de Dios, quitan de su corazón todo lo malo y le consultan
a cada paso, él se manifestará a ellos y los alentará. Y mientras los
miembros de la iglesia hagan su parte fielmente, el Señor conducirá
y dirigirá a sus instrumentos escogidos y los fortalecerá para su
importante obra. Unidos todos, sostengamos sus brazos por medio
de muchas oraciones y atraigamos los brillantes rayos del santuario
celestial.
El fin se acerca; avanza sigilosa, imperceptible y silenciosamen-
te, como el ladrón en la noche. Concédanos el Señor la gracia de
no dormir por más tiempo, como otros lo hacen; sino que seamos
sobrios y velemos. La verdad está apunto de triunfar gloriosamente,