Página 232 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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La beneficencia
“Honra a Jehová de tu substancia, y de las primicias de todos
tus frutos; y serán llenas tus trojes con abundancia, y tus lagares
rebosarán de mosto”.
Proverbios 3:9, 10
.
“Hay quienes reparten, y les es añadido más: y hay quienes son
escasos, más de lo que es justo, mas vienen a pobreza. El alma
liberal será engordada: y el que saciare, él también será saciado”.
Proverbios 11:24, 25
.
“Mas el generoso piensa en cosas generosas, y él por cosas
generosas será hecho estable”.
Isaías 32:8 (VM)
.
En el plan de salvación, la sabiduría divina estableció la ley de la
acción y de la reacción; por eso, la obra de beneficencia, en todos sus
ramos, es doblemente bendecida. El que ayuda a los menesterosos
es una bendición para ellos y él mismo recibe esa bendición mayor
aún.
La gloria del evangelio
Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la prácti-
ca de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle
su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la
colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser
feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra. Por un encadena-
miento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al
hombre los mejores medios de cultivar la beneficencia y observar la
costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la
causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado
nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos, dinero e influen-
cia, para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin
ella perecerían. Al responder a sus pedidos con nuestros actos de
beneficencia y nuestras labores, somos transformados a la imagen
de Aquel que se hizo pobre para enriquecemos. Al dispensar a otros,
los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas.
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